VI.
Época
clásica.
Dásele este nombre en significación de grande, de
rica, de principal y perfecta en todos los géneros. Comprende cerca
de tres siglos desde la ol. 45 hasta la 115, que es hasta la muerte
de Alejandro Magno ocurrida el año 1.° de la 114. Para la historia
en otro concepto se suele dividir este largo período en los tres
siglos que abraza, dando al primero el nombre de Solon, al segundo el
de Perícles, y al tercero el de Alejandro. Para nosotros es más
propia la división que adoptamos.
Poetas líricos. Por el
orden del tiempo deben ir estos los primeros. Y aunque fueron muchos,
se cuentan nueve regularmente, que son: Alcman, Estesícoro, Alceo,
Safo, Simónides, Ibico, Anacreonte, Píndaro y Baquílides;
contemporáneos los más de ellos sino es Alcman que aun pudo
alcanzar a Tirteo, y Estesícoro, Alceo y Safo que florecieron entre
las olimpiadas 38 y 50. Podríaseles juntar Erina, de la isla de
Lesbos como Safo y Alceo y del mismo tiempo, muy celebrada por su
modestia y por su talento poético, muerta a los 19 años de edad, y
autora de un poemita en hexámetros a la Rueca, de dos epigramas y
una sublime y elegantísima oda a la Fortaleza, (Roome) Otros
con Estobeo la dan a una Melino, lesbia también no se de qué
tiempo, y quieren que la composición sea a la ciudad de Roma. No le
desconviene del todo: pero la poesía no sabe a siglos tan apartados
de los buenos de la Grecia como fueron los grandes de la capital del
mundo; ni los poetas latinos hubieran dejado de citarla y celebrarla.
Estobeo la pone en el título del valor militar. Y seguramente no
debe entenderse otra cosa.
El orden de excelencia según los
críticos antiguos es: Píndaro, Estesícoro, Alceo, Simónides,
Anacreonte; dejando a los demás en una misma línea al lado de
estos. Yo creo que cada uno en su género fue excelente, y que no
sería fácil un juicio absoluto entre ellos.
Deben también
citarse, Terpandro lesbio, el que perfeccionó la lira (ol. 28);
Arquíloco (poco después) el de las hijas de Licambe, de Paros,
autor del verso yámbico, o más bien aplicado por él, y ya
después usado siempre en la poesía satírica; y Arion lesbio, el
del cuento del Delfín en tiempo de Periandro su protector y amigo
según Heródoto, y autor o sea inventor del Ditirambo, y del
coro y tono de la tragedia, y del modo lidio en la música. Y a todos
ellos debieron preceder muchos otros cuyos nombres no nos han
llegado; ni de estos obra ninguna fuera de unas estrofitas sueltas o
sentencias de Arquíloco, viéndose por algunas de ellas que era
aficionado al apólogo, inventado por Hesíodo (en las Obras y Días)
y perfeccionado por Esopo natural de Samos y contemporáneo de Safo.
De Alcman, Alceo, Estesícoro, Ibico, Simónides y Baquílides
solo se conservan estrofas y versos sueltos con dos o tres escolios
de los dos últimos. De Safo, dos odas amatorias, y aun la una a
trozos.
Alcman fue lidio y esclavo de un lacedemonio llamado
Agésidas que conociendo lo que sería, y prendado de su buen natural
le ahorró de muy joven: Estesícoro de Himera en Sicilia; Ibico,
también siciliano; Simónides de Ceos, y lo mismo Baquílides que
fue sobrino suyo.
Pero hubo otro Simónides natural de la isla de
Amorgos, poeta yámbico y abuelo (dicen) del lírico; a quien se
atribuye una sátira contra las mujeres en la misma idea que
Focílides y extendiéndola con bastante gracia. Pero ¿no podría
ser también del lírico?
Anacreonte, natural de Teos, muy
estimado de Polícrates tirano de Samos en tiempo de Cambises y Dario,
pasó la vida en fiesta y alegría, aunque no sin contratiempos, y
murió a los 85 años de edad (ol. 70) ahogándose (dicen) en un
convite con un grano de uva: tan enemigo de cuidados, que como
Polícrates le hubiese regalado un talento de oro, se lo
volvió a los tres días diciéndole que desde que tenía aquella
riqueza no había podido descansar, ni dormir, ni cantar, ni
alegrarse. De cinco libros de canciones que compuso no tenemos sino
unas sesenta; y aun de estas habrá una cuarta parte o más que no
son suyas, habiendo mezclado todas las de su género Constantino
Céfala que en el siglo X publicó una colección de varias. (En
Constantinopla.)
Píndaro, natural de Tébas en la
Beocia, nació olimp. 65, y fue tan estimado, que de las víctimas de
Delfos le enviaban parte los sacerdotes de orden del oráculo: y
cuando los lacedemonios se apoderaron de Tebas (después de la guerra
del Peloponeso) y dieron fuego a la ciudad, pusieron en la puerta
de su casa un verso que decía: La casa del poeta Píndaro: no la
quemeis. Y sirvió esto de ejemplo a Alejandro que más
adelante hizo lo mismo. Llegó a los 90 años de edad.
Dicen que
recibió lecciones de la poetisa Corina, y que fue vencido por otra
llamada Mírtida en los certámenes poéticos particulares de Beocia.
Quizá la corona se dio al sexo por cortesía. a lo menos Corina en
dos versos que se han conservado la vitupera de imodesta
por haberse atrevido a competir con Píndaro. También se afirma que
Hieron rey de Siracusa le prefirió una vez las odas de Baquílides
en los juegos píticos: pero fue una sola vez, y se sabe por Longino
que Baquílides era a Píndaro lo que Apolonio a Homero. Con todo, el
carácter de Baquílides no era la sublimidad ni la grandeza, sino la
pureza y la elegancia de la expresión (expresión en el pdf),
y la gracia y la verdad de los pensamientos.
Habiendo dicho en
una oda: La rica y gloriosa Atenas baluarte de la Grecia, se
ofendieron sus paisanos y le multaron: pero los atenienses le dieron
doble de lo que importaba la multa, y además le levantaron una
estatua de bronce.
Compuso muchas y varias obras, de que solo nos
han llegado los cuatro libros de odas a los vencedores de los cuatro
juegos generales de los griegos, que eran los olímpicos, los
píticos, los ístmicos y los nemeos; con algunos fragmentos de
otras.
Más adelante hablaremos de los epígramas que
dejaron algunos de estos líricos.
Escolios. Eran canciones
cortas e irregulares generalmente (que eso dice el nombre por
oposición a orthios, recto) compuestas al parecer y según la forma
sin ninguna preparación, o digamos de repente; aunque de algunas no
es muy posible. Los que se conservan son de Arifron, Mesomedes,
Simónides, Timocreonte, Hibrias, Píndaro, Pratinas, Baquílides,
Dionisio y Aristóteles el filósofo, que a la verdad es digno de su
nombre, pues se dirige a la virtud.
Algunos de estos escollos son
verdaderos peanes, como el de Mesomedes a Némesis y el de
Dionisio a Apolo. También a Pítaco se atribuyen dos muy cortitos;
de cuatro versos cada uno.
Calístrato en fin compuso el tan
celebrado de Armodio y Aristogeiton, que pondré aquí traducido en
estos malos versos:
Llevaré la daga oculta
En el mirto, cual
los bravos
Harmodio y Aristogéiton
Cuando dieron al tirano
Muerte fiera y en Atenas
La ley de igualdad fundaron.
¡Caro
Harmodio! no, no has muerto,
Que allá en los felices campos
De
las islas fortunadas
Dicen que estás, coronado
Con
Aquiles y Diomedes
De inmortal heroico lauro.
Llevaré
la daga oculta
En el mirto, cual los bravos
Harmodio y
Aristogéiton
Cuando al tiempo del sagrado
Sacrificio de
Minerva
Dieron muerte al fiero Hiparco.
Eterna será en la
tierra
Vuestra gloria, o muy amados
Harmodio y Aristogéiton,
Por haber muerto al tirano,
Y la igualdad de las leyes
En
Atenas proclamado.
No obstante ya se sabe, que se atribuye
mala! y vulgarmente la libertad de Atenas a los que mataron al hijo
de Pisístrato, pues quedó en el poder el otro hermano Hipias, que
aun tardó algunos años a ser echado de él, y todavía tuvieron que
intervenir los lacedemonios.
TRAGEDlA: Poetas trágicos. Toda
la poesía dramática nació de las fiestas de Baco, donde se
cantaba, se bailaba, y se hacían locuras extraordinarias.
La
parte religiosa y seria produjo la tragedia; la alegre y jocosa la
comedia; y la extravagante o botarga el drama satírico.
El
premio del mejor canto o himno compuesto para estas fiestas era digno
de la divinidad a quien festejaban, un macho de cabrío; pues todo
era canto y lo fue por muchos siglos, hasta que Tespis en tiempo de
Solon introdujo (introdujó en el pdf) un recitante o
espositor, un dialogante, y ordenó mejor la escena o teatro,
y quizá se vio también alguna acción dramática.
Susarion,
Pratinas, Querilo y Frínico después de Tespis fueron los autores de
los primeros dramas que se pudieron llamar trágicos, aunque rudos e
imperfectos. Pero algo deberían ya ser los del último que cuando
representó la toma de Mileto (por los persas algunos años antes de
lo de Maratón) hizo llorar tanto al pueblo, que el magistrado le
multó en mil dragmas por haber recordado así una desgracia y
calamidad tan grande de los propios (griegos del Asia, los iones.)
Los gastos del aparato escénico, del coro y trajes para todos,
que eran considerables, hacíalos en algún tiempo el corego,
(cargo concejil o público), sino es cuando los quería costear algún
protector o amigo. El gran Temístocles fue un año corego de
Frínico, y ambos fueron coronados públicamente en el teatro, el
uno por la composición del drama premiado, el otro por la
magnificencia y esmero en los gastos (ol. 70, 4.°)
Esquilo.
Vino en fin este hombre extraordinario que dio a la tragedia su
verdadera perfecta forma, su dignidad y grandeza, lo mismo en la
poesía que en los adornos y decoraciones del teatro, y, en los
trajes de los actores. Y ya desde entonces no fue el vil macho de
cabrío el premio de la tragedia, sino coronas de oro, honores, y una
gloria más digna de quien la daba y de quien la recibía: sobre todo
desde que Cimon trajo a Atenas los huesos de Teseo y abrió un
certámen público de tragedias para aquella fiesta. (ol. 77
4.°). Añadió un interlocutor al recitante de Téspis, y fue
ya propio y verdadero el diálogo, perfeccionándolo después
Sófocles con un tercer interlocutor.
Fue Esquilo gran soldado,
hijo de una familia ilustre y cuyo padre se llamaba Euforion; peleó
en Maratón (Maraton en el pdf), en Salamina y en Platea, con
su hermano el famoso Cinégiro (uno de los diez generales o arcontes
compañeros de Milciades). Aun tuvo otro hermano llamado Aminias que
perdió una mano en el combate de Salamina.
Nació Esquilo no en
la olimp. 40 según la equivocada noticia que vá con sus
tragedias, sino en la 60, 1.° Compuso de 60 a 70 tragedias de que
solo nos han llegado siete: El Prometeo, los Siete sobre Tébas, los
Persas, las Suplicantes, las Danaides, y la trilogía del Agamemnon,
las Coéforas (muerte de Clitemnestra) y las Euménides (persiguiendo
a Orestes). Ganó el primer premio trece veces: y al fin de su vida
abandonó su patria y se fue a la corte de Hieron de quien fue bien
recibido y muy estimado, muriendo allí a los tres años.
Plutarco
dice que dejó su patria avergonzado de verse vencido por Sófocles
su discípulo en un concurso. Cuento, como otros que se forjó o
recogió el buen Plutarco. El triunfo de Sófocles contra Esquilo en
el teatro fue en las fiestas de Teseo por Cimon año 4.° de ol. 77,
como hemos dicho, y la retirada de este a Sicilia fue el año 4.° de
la 80. Lo mismo digo de la otra causa tan semejante a esta que dan
algunos de su voluntario destierro; a saber, el verse vencido por
Simónides en un canto fúnebre (de concurso) a la memoria de los que
murieron en Maratón. Simónides pudo vencerlo a él y a todos los
poetas de su
tiempo en aquel concurso porque en lo patético, en
saber arrancar lágrimas de ternura, no tenía igual. El motivo
cierto y verdadero fue el siguiente. Por un drama (que no se cita)
fue acusado de impío y condenado. Ya se sabe que en Atenas toda
causa de impiedad era capital. Pero su hermano Aminias que asistía
al juicio pidió licencia para hablar, y sacando el brazo sin mano
recordó a los jueces y a aquel pueblo tan sensible como inconstante
lo que en defensa de la patria habían hecho los tres hermanos; y con
esto se mudó la sentencia y lo dejaron libre. Pero disgustado y
quizá temiendo nuevos peligros no quiso vivir más en Atenas y se
fue a Sicilia.
Fue el último poeta que salió al teatro y
representó sus propios dramas, pues los anteriores lo habían hecho
todos. Sófocles se escusó con la falta de voz, y desde él
no salieron más a las tablas (esto es, los trágicos). También es
de advertir que en el teatro griego jamás salieron mujeres, sino que
hacían los hombres sus papeles vistiendo su traje y remedando la voz
lo mejor que podían.
Tetralogía y Trilogía dramáticas.
Antes de pasar adelante explicaremos esto. Débese pues saber que el
premio se competía con cuatro dramas, tres sérios y uno
satírico o burlesco. Así es que Esquilo a los tres dramas de la
familia de Agamemnon añadió otro intitulado Proteo, Cuando se
omitía el satírico se llamaba trilogía, y esta en todo caso parece
que debía sacarse de la historia de una misma persona o familia,
como la citada del Agamemnon. El Prometeo que tenemos es el segundo
de otra que era, Prometeo robando el fuego, Prometeo atado y Prometeo
libertado.
Y así hay varias en los títulos que se conservan.
Pero después de Esquilo ya no fue ley rigurosa ni lo uno ni lo otro.
Diógenes Laercio dice que la tetralogía correspondía a las
cuatro fiestas en que había espectáculos dramáticos, las
Dionisiacas (en la primavera), las Leneas (en otoño), las Panateneas
y las Cutras, y todas duraban tres días. Otros han dicho que las
cutras (Ollas, porque se cocían legumbres que se dedicaban o
consagraban) no era una fiesta particular sino el último día de
todas, como una sobrefiesta, y que en él se daban las comedias. Si
había tres premios ¿cómo se entendía y por qué orden se
verificaba la representación de los dramas, que era de día y duraba
de la mañana a la tarde y no cabiendo más de tres por día? ¿Cómo
se repetía alguno, como sucedió más de una vez, habiendo otros
premiados prevenidos? En fin en esto hay algunas dificultades que no
he podido ver explicadas.
Sófocles. Hijo de Sófilo, (n. ol.
70, 4.°) fue hombre rico y de mucha cuenta como ciudadano y el
príncipe del teatro griego. Mandó con Pericles los ejércitos de la
república y desempeñó varias embajadas. Compuso (dicen) 120
dramas, de los que nos han llegado siete: ganó el primer premio
veinte veces, y en todos los demás concursos llevó el segundo y
nunca el tercero.
a la edad de 90 años fue acusado por uno de
sus hijos llamado Yofon (también poeta trágico) de que ya su vejez
no le dejaba seguro el uso de la razón, y que según la ley debía
ser inhibido de la administración del patrimonio. Presentóse el
ilustre anciano en el tribunal para defenderse, y dijo: “Si soi
Sófocles, no chocheo; y si chocheo, ya no soi Sófocles.” Y
pidiendo licencia para dar una prueba de la firmeza de su razón,
recitó una parte con un coro del Edipo Coloneo que acababa de
componer (es el en que celebra la Atica), y admirados los
jueces de la lozanía, vigor, sentido y belleza de aquella poesía,
le absolvieron de la acusación y le acompañaron y llevaron en
triunfo a su casa. Quizá esta ingratitud e insolencia de su hijo le
ayudó para dar tanta sublimidad por lo fuertes y
patéticas a
las escenas del mismo drama entre Edipo y su ingrato y mal
arrepentido hijo Polínices. La Antigone mereció también
tanto aplauso, que los atenienses obligados de su estimación le
dieron el gobierno de Samos. Es verdad que sabía y podía
desempeñarlo.
Fue tan amante de su patria, que habiéndole
llamado algunos príncipes, a todos dio las gracias y no quiso salir
de Atenas. Murió de 95 años de edad. Y como a la sazón estuviesen
los lacedemonios fortificando la aldea o burgo de Decelia donde su
familia tenía la sepultura, el rey Agis preguntó a los pasados
quién era el muerto de tanto sentimiento en la ciudad, y sabiendo
que era Sófocles, mandó un heraldo para que le trajesen libremente
y le enterrasen con la pompa que merecía, suspendiendo entre tanto
las armas. a la muerte de Eurípides (su discípulo y competidor) que
precedió de cuatro años a la suya vistió luto riguroso como de un
hijo o un hermano.
Son siete sus tragedias: Ayax, Electra,
Antígone, Filoctetes, Las Traquinias o muerte de Hércules, Edipo
Rey y Edipo Coloneo.
Eurípides. Hijo de padres humildes (su
madre fue verdulera), nació el año 1.° de la olimp. 75 al tiempo
que se estaba dando la batalla de Salamina y en esta misma isla. Por
los historiadores sabemos que los atenienses al aproximarse los
ejércitos de Jerjes retiraron las mujeres, los niños y los
ancianos a aquella Isla y a Trecene. Dio al teatro 75 tragedias, de
que han quedado 19. Llevó el primer premio 20 veces, y según A.
Gelio solas cinco; las más el 2.° y algunas el 3.° Últimamente se
retiró a la corte de Arquélao rey de Macedonia, por disgustos
graves que tuvo en Atenas; y allí murió (dicen) despedazado de unos
perros que le hicieron echar dos poetas cortesanos envidiosos del
favor que tenía con aquel príncipe.
Los títulos de sus
tragedias son: Hécuba, Orestes, las Fenisas (los hijos de Edipo),
Medea, Hipólito, Alcestis, Andrómaca, las Suplicantes (las
argivas), Ifigenia en Aulide, Ifigenia en Tauride, las Troyanas, las
Bacantes, los Heráclidas, Helena, Ion, Hércules furioso, el Cíclope
(drama satírico y el único que nos ha llegado de todos), y Reso,
que no es suya. Digo que no lo es porque demas de haberlo
dicho otros, nunca me lo ha parecido, ni tiene en su composición
nada del uso de Eurípides, ni el estilo sabe a su escuela y gusto:
es más grave, más heroico, y se parece un poco al de Sófocles. Por
eso algunos la dan a su hijo Yofon. Por lo demás tiene muy poco
mérito, ni hay arte ni composición ninguna. Es un episodio de la
Ilíada.
Introdujo una novedad que gustó mucho al público, y fue
la de los prólogos, poniéndolos casi en todas sus tragedias. Pero
con esto se quitaba al drama el efecto de la sorpresa y la primera y
principal comocion en las peripecias, pues desde luego se
decía al espectador lo que iba a hacerse y sucedería. La comedia
adopt después este uso según vemos en las latinas.
También se
llamaba prólogo el principio del drama hasta que tomaba parte el
coro como tal, y episodios lo que después había entre coro y coro;
que viene a ser lo que nosotros llamamos actos. Con propiedad se
llamaban episodios, pues quiere decir esta palabra, cosa añadida al
canto, como que antes era toda canto la tragedia.
No citamos los
demás trágicos porque ni lo merecen ni nos ha llegado nada de
ninguno de los indignos sucesores de estos.
COMEDIA. Poetas
cómicos (la tilde está entre ò y ó, es casi recta). Según
Aristóteles no se sabe en donde nació la comedia, disputándose la
gloria de su invención los dorios antiguos y los de Sicilia. Pero su
perfección se debe a los atenienses. Comedia, quiere decir canto
aldeano, por andar los primeros farsantes de aldea en aldea cantando
lo que nosotros diríamos loas y mezclando un poco de
representación a modo de sainete, embadurnándose la cara con heces
de vino.
La comedia como se sabe tuvo tres edades: antigua, media
y nueva, pero ya en su progreso y con algún arte, lo que debió al
filósofo Epicarmo (siciliano por afición, aunque nacido en Cos), el
cual floreció por la ol. 74, siguiéndole muy pronto Crates en
Atenas.
La antigua es una sátira política y moral harto desnuda
generalmente y siempre muy libre, pues sacaba a las tablas a los
ciudadanos más conocidos con sus nombres y trajes, no pudiendo ser
malo ninguno impunemente como dice Horacio en aquello de Eupolis atque Cratinus Aristophanesque poetae, &c., y vemos en las
del tercero. Con todo, acostumbrados a esta censura, solían asistir
al teatro los mismos contra quien se dirigía. Sócrates asistió a
las Nubes, que es la burla más pesada que jamás se hizo de hombre
en el teatro, y porque algunos volvían la cabeza a mirarle, se puso
en pie muy sereno para que todos le viesen. Dicen que de allí salió
ya condenado en la opinión pública para cuando fue juzgado.
Puede ser: pero desde aquella representación hasta su acusación y
muerte pasaron 24 años y nadie le dijo nada entre tanto. Eliano
quiere decir si Aristófanes recibió dinero de los enemigos de
Sócrates. ¡Cómo gustan los hombres pequeños de
calumniar a
los grandes! Ni entonces tenía Sócrates enemigos fuera de algún
sofista, ni en Aristófanes cabía tal bajeza; que era honrado, buen
patricio, y hombre de mucho valor, de que dio pruebas casi
increíbles, especialmente contra el demagogo Cleon, poniendo nada
menos que su vida para atacarlo y destruirlo, todo por el bien de la
república. Y contra Eurípides ¿quién lo pagaba? Su solo gusto,
creyendo que el nuevo trágico rebajaba la dignidad de la tragedia.
Sacó a Sócrates a las tablas porque lo creyó un embaidor, un
impío, en una palabra, un sofista de mala ley y perjudicial de todos
modos al bien público.
En las costumbres la comedia vieja es
alguna vez obscena y grosera. Pero no hemos de atribuirlo a los
poetas sino a la naturalidad no muy culta de las públicas entonces,
no siendo aquel trato y conversación lo que son entre nosotros. Ni
en aquella lengua ofenden tanto el pudor los nombres propios de las
cosas.
Vinieron los treinta tiranos impuestos por los
lacedemonios después de la desgracia de Egos-Pótamos donde los
atenienses quedaron vencidos rematadamente en la guerra del
Peloponeso; y de miedo a su sátira prohibieron el nombrar personas y
ordenando que fuesen fingidas. Pero como los asuntos podían ser
hechos verdaderos, aventuras que ocurrían en la misma ciudad o muy
conocidas, no bastaba el disfraz de los nombres, y se mandó que todo
fuese fingido. Quitados luego y además los coros a la comedia, perdió el instrumento más apropósito para soltarse en chistes y alusiones
maliciosas como antes hacían.
Frínico, Eupolis, Cratino,
Ferecrates, Aristófanes, Alexis; Calistrato y otros menos conocidos
fueron los poetas de la comedia antigua después de Epicarmo,
descollando entre todos Aristófanes, quien en virtud de la ley de la
reforma y después del Eolo que se ha perdido y del Pluto que
tenemos, compuesta ya algo más que al estilo medio, hizo el Cócalo
(perdida también) que sirvió de modelo a la comedia nueva de
Filemon y Menandro; siendo al todo 44 las comedias que dio al teatro,
de que solo tenemos once.
Los títulos son: Los Caballeros (ol.
88), los Acarnenses, las Nubes, las Avispas, la Paz, las Aves,
Lisístrata, las Tesmoforiantas, las Ranas, las Junteras, Pluto, (ol.
97). Mas los títulos regularmente se tomaban de las personas que
componían el coro fuera de las que tenían nombre especial o como
propio. Las Juntera eran las mismas mujeres (supuestas) de la acción,
y no el coro. Los Caballeros, contra el ya citado Cleon, demagogo
atrevido, poderoso, violento, feroz, vengativo, y con el mando del
ejército, hombre a quien todos temían menos Aristófanes, que
no encontró quien quisiera representarlo ni aun hacer la máscara o
careta, y se la hizo él y lo representó y tomó su mismo papel o
persona: las Nubes contra Sócrates, introduciendo un ciudadano rico,
pero cargado de deudas por el despilfarro de su hijo; el cual va a
casa del filósofo a que le enseñe a hacer superior la causa o razón
inferior para burlar a sus acreedores; y allí sale Sócrates y sus
discípulos y hacen y dicen cosas muy ridículas, impiedades, y
cuanto se antojó a una imaginación como la suya: Las Avispas,
contra la manía de muchos de querer andar de jueces en los tribunales: Las Ranas, contra Eurípides haciendo bajar a Baco al
otro mundo a buscar un buen poeta trágico porque los que habían
quedado no valen nada, y hace disputar a Esquilo y Eurípides: Las
Junteras contra el sistema actual de gobierno y queriendo las mujeres apoderarse de él y hacer los bienes comunes &c.: Las
Tesmoforiantas, contra Eurípides principalmente: en el Pluto hace
recobrar la vista a este dios ciego para que dé las riquezas a los
hombres de bien. En las demás generalmente se propone persuadir y
obligar a los atenienses a hacer la paz y entenderse con los
lacedemonios para no quedar destruidos todos, como al fin quedaron.
(1)
(1) No ha habido sino otro poeta de tanto valor como
Aristófanes para atacar a los poderosos con el peligro y riesgo que
él lo hizo, y tan sin rodeos ni miramiento; y es el francés
Bartelemi en su Némesis contra los hombres y los partidos que creía
enemigos del bien público (1831-32). Tanta virtud con tanta poesía
y elocuencia ninguno la ha tenido; solo ellos dos; solo
ellos.
Después de Aristófanes adoptó la comedia los prólogos
inventados por Eurípides, como vemos en las latinas imitadas de los
poetas posteriores. Pero ¿cómo un poeta que se cree agraviado, o
tal vez favorecido, no aprovechar la ocasión de vengarse, o de dar
las gracias, &c.? Así es que en casi todas sus comedias se
encuentra lo que llamaban Parábasis, y era convertirse el coro
llanamente al público y decirle lo mismo que le diría en un
prólogo. Y este entre-paso lo suele poner en aquel punto de sus
comedias en que más favorable cree al público; y tal vez era un
arbitrio para dar tiempo y preparar algo dentro. Aquí la impropiedad
es manifiesta; los prólogos tienen el inconveniente que dijimos:
pero el público de Atenas reparaba poco en esta impropiedad, en esta imperfección del arte; y comedia hubo (las Ranas) que solo por
la parábasis se representó dos veces el mismo día, es decir, dos
veces seguidas.
De los otros poetas nada nos ha llegado.
Los
más distinguidos de la comedia de la segunda edad fueron Antífanes
y Estéfano. Tampoco no
tenemos nada de ellos. Pero según parece por los antiguos debían
valer poco aquellos dramas tomados la mayor parte de la mitología y
de la Odisea.
De la nueva fueron los más excelentes Filemon,
Menandro, Dífilo, Filípides, Posídípo, y Apolodoro, de quienes
solo nos han llegado los nombres y el sentimiento de haberse perdido
obras tan perfectas y apreciables como debían ser por los elogios de
los antiguos, por lo que vemos en las imitaciones de Plauto y
Terencio, y por la filosofía y la gracia encantadora de algunos muy
cortos fragmentos que se han recogido. Florecieron poco antes y aun
algo después de Alejandro M. siendo Menandro el príncipe de todos
ellos. Mas volviendo a Aristófanes, ya que es solo en la comedia de
las tres edades, habremos de añadir a lo dicho, que es poeta
elegantísimo, purísimamente ático y de mucha filosofía, aunque
disimulada con el tono festivo que usa, haciendo que ni piensa ni
cree ser filósofo, y pareciendo que solo trata de reír y de
derramar el tesoro inmenso de sus gracias. Plutarco apesar de
esto y de haber venido tantos siglos después, cuando ya ni rastro ni
memoria quedaba de las costumbres de aquellos tiempos, compara la
musa de Menandro a una honesta matrona, y la de Aristófanes a una
desvergonzada ramera. Lo será en alguna escena de la Lisístrata, de
las Tesmoforiantas, de alguna otra, pero no más, no sobre todo
en el Pluto y otras, y menos en el Cócalo, que sirvió a aquel de
modelo. ¿Vale algo el testimonio de Platon? Pues este dice
que buscando las Gracias un templo eterno, lo hallaron en el espíritu
o mente de Aristófanes. Y S. J. Crisóstomo lo revolvía y leía
continuamente para aprender en él la facilidad y la pureza ática. Y
en verdad que ni el uno ni el otro estarían tan enamorados de una desvergonzada
ramera.
Algunos por querer decir mucho no dicen nada, y a
Plutarco le sucede esto más de una vez. ¿Pues y un crítico del
siglo pasado que sin poder leer a Aristófanes en su lengua porque no
la sabía, se atrevió a decir que no es cómico ni poeta? No era
español; conste esto al menos.
Ya se habrá entendido que la
comedia antigua era principalmente política, y bajo este concepto
mucho más útil. Y bien pudiera durar en su carácter primero
quitándole el cinismo y la obscenidad de aquellas costumbres, que
para nada necesitaba. Pero los treinta lo entendieron, y enseñaron a
sus sucesores de todos los siglos. Quedaron tan mal avezados desde
entonces los poderosos y magistrados, tan prontos a la venganza, que
habiéndose atrevido Eupolis a aludirlos en una comedia intitulada
los Baptas (contra una infame superstición nocturna), le ahogaron en
el mar con alusión al mismo título, que puede interpretarse los
Somorgujadores.
Mimos.
Aun se puede referir al mismo origen de las fiestas de Baco otro
género dramático, y fue el de los Mimos, especie de sainetes en
prosa llana donde se introducían personas de la más baja plebe y se
les hacían decir y hacer cosas dignas solamente de esta clase
de gentes. Con todo ganó opinión de autor estimable de mimos un tal
Sofron, natural de Siracusa y contemporáneo de Eurípides. No sé
que nos haya llegado nada. Algunos creen que las Siracusanas de
Teócrito son una imitación, pero tan decente como se ve, de los
antiguos mimos.
¿Y por qué no se tomaría también de allí lo
que llamaban Silos, sátira mordaz y personal en verso que se usó
mucho, y es de creer que en las bacanales habría eso y cuanto cabe
en este género?
Poetas heroicos. Se nombran tres: Pisandro,
rodio, compuso una Heracleida de que nada queda si no es suyo el
fragmento intitulado Hércules leonticida (cerca de 300 versos) que
va con los idilios de Teócrito (olim. 30 - 40). Otros le atribuyen
una Teseida: Paníasis, tío paterno de Heródoto, hizo otra
Herácleida; pudiendo ser suyo y no de Pisandro el citado fragmento.
Consérvanse aun otros. Antímaco, ya algo más tarde (olim. 90),
jonio, autor de dos poemas que se han perdido, uno elegíaco
intitulado Lide, y una Tebaida, en que después de 24 largos libros
aun no había llegado a Tébas con el ejército.
HISTORIA.
Historiadores. Antes de la historia como nosotros la entendemos hubo
de haber otras cosas muy imperfectas como sucede en todo, y las hubo.
Así es que se escribieron mitografías y litografías, que venían a
ser unos cronicones informes, genealogías y tradiciones antiguas,
fundaciones de pueblos, Dios sabe con qué verdad escritas. Hubo
también de haber cantos populares de los hechos y proezas de algunos
héroes, de los grandes sucesos, al modo de nuestros romances. Y con
efecto se encuentran citados como logógrafos un Cadmo de Mileto, un
Dionisio de Samos, otro de Calcis, un Arcesilao de Argos, un Hecateo
de Mileto, y finalmente un Helánico de Mitilene ya de pocos años
anterior a Heródoto. Y dicen que se conserva de ellos algún
fragmento. Pero dejémoslos en su oscura y ciega antigüedad y vamos
a los verdaderos historiadores.
Heródoto. Natural de Halicarnaso
en el Asia (ol. 74, 1.°) fue el primero que escribió (propiamente y
con método y buen estilo) la historia en prosa, habiendo hecho
muchos viajes para recoger las noticias que necesitaba. Distribuyóla
en nueve libros, a que después se dieron los nombres de las nueve
musas. Usó el dialecto de su tierra, que es el jónico: y
pareciéndole que su historia gustaría, se presentó en los juegos
olímpicos y la leyó a aquellos pueblos tan entusiastas de sus
glorias y de la belleza de las artes, y de tan buen gusto y juicio
para la dulzura y armonía de la elocuencia y para conocer el mérito
de toda composición literaria. No se engañó, y coronaron al
historiador como a los vencedores en los juegos, que era el mayor
premio que él podía desear y ellos darle. Porque aunque su historia
es casi universal, pero su propósito es siempre y no se pierde
de
vista referir las guerras de la Europa con el Asia, y más las
últimas, dejándola en el punto de la mayor gloria de los griegos,
que es en su victoria y triunfo definitivo contra los
persas.
Tucídides. Dicen que se halló de quince años con su
padre en Olimpia cuando Heródoto leyó su historia, y que lloró de
envidia, y que aquel lo reparó y anunció lo que sería. No es muy
de creer. Llamábase su padre Oloro, descendía de Milcíades, era
hombre rico y natural de Atenas. El hijo no mereció distinción
particular; solo el año 7.° de la guerra del Peloponeso mandó una
expedición militar (me parece que para proteger a Amfípolís), y
fue desgraciada; aunque no del todo por su culpa. Y sin embargo lo
desterraron, promoviendo el decreto Cleon el de Aristófanes y
perjudicándole quizá además su deudo con Cimon; eran cuñados.
Con este motivo y a los 47 años de edad se retiró a la Tracia
en donde escribió aquella famosa guerra entre atenienses y
lacedemonios, gastando mucho dinero, tiempo y diligencia en averiguar
los hechos y ordenar los acontecimientos así como se iban
verificando (hasta el año 21 de la guerra). a los veinte años se le
levantó el destierro y volvió a su patria, donde se cree que murió
(pues no se sabe de cierto) a los pocos años.
Jenofonte.
Ateniense igualmente, continuó a Tucídides y llevó su historia
hasta la batalla de Mantinea. Nació en la olim. 83, 2.°; fue
discípulo de Sócrates, y no por filósofo menos dispuesto para las
cosas de la guerra.
Pero la gloria de Jenofonte no se funda en el
título de historiador por esa continuación de las guerras civiles
de los griegos, pues cabalmente es donde menos se le estima por no
haber compuesto propiamente una historia, sino unos comentarios, unas
memorias secas, flojas, desiguales y faltas de noticias acerca de las
personas. Dicen que la escribió de muy viejo, y así parece que
debió ser en mucha parte según los hechos de que habla.
Sus
obras son: la Ciropedia, o sea historia de la educación y vida de
Ciro el grande; la Anábasis, o historia de la expedición de los
Diez mil (griegos con Ciro el joven contra su hermano Artajerjes);
los Memorables, que es, dichos, hechos, doctrina y método de
Sócrates: Repúblicas de Atenas y de Esparta; Rentas del Atica: el
Económico, tratado del gobierno y administración de una casa: el
Hieron, diálogo entre este príncipe y el poeta Simónides sobre las
ventajas y desventajas de la vida de un rey y la del simple
ciudadano; el Banquete: dos tratados del Arma de caballería: otro de
la Caza: un Elogio de Agesilao, y una muy cortita Apología de
Sócrates, que algunos dudan sean suyas; y aun quizá con más razón
las Repúblicas de Esparta y Atenas.
Hallóse de joven y por
amistad con Ciro (el menor) a cuyo lado había pasado poco antes, en
la ya citada expedición, debiéndose a su valor y prudencia la
salvación de los griegos en aquella tan famosa retirada,
escribiéndola después y habiéndose conservado para eterna gloria
suya y para ejemplo de capitanes y modelo de escritores.
El rey
Agesilao de quien fue amigo y con quien pasó otra vez al Asia hizo
que los lacedemonios le señalasen o diesen tierras (habiéndolo
declarado los atenienses desafecto o enemigo de la patria por esta
segunda expedición); con que no volvió más a Atenas muriendo al
fin muy anciano en Corinto, (ol. 105, 1.°)
Dicen que estando
ofreciendo un sacrificio a los dioses le llegó la noticia de la
muerte de un hijo en la batalla de Mantinea, y que se quitó la
corona. Mas preguntando cómo había muerto, y diciéndole que como
valiente, se puso otra vez la corona y continuó el sacrificio
diciendo: ya sabía que lo había engendrado mortal. Cada uno tiene
su gusto: en competencia de Jenofonte no ganarían mi amistad
Sócrates, Platon, ni ningún filósofo o sabio de la Grecia.
Cítanse aun después de estos como historiadores de alguna
cuenta, Ctesias, Filisto, Teopompo y Eforo, médico de Ciro el menor
el primero, y viniendo los demás un poco más tarde, cerca de los
tiempos de Alejandro. Se conserva de ellos muy poco o nada y no
igualaron el mérito de los de arriba.
FILÓSOFOS. Asombra en
Diógenes Laercio el catálogo de las obras que compusieron la mayor
parte de los filósofos. Se han perdido casi todas, y no creo sean
las que más debemos sentir, porque a vueltas de algunas curiosidades
y sutilezas habían de contener muchas extravagancias, errores,
vanidad, sueños y delirios. Bien que aquí más los consideramos
como escritores que como filósofos.
De los primeros sabios nada
nos ha llegado fuera de algunas cartas en D. Laercio, que tampoco
no se pueden mirar como auténticas. Sócrates no escribió nada:
pero propiamente en él empieza la filosofía que ha pasado los
siglos hasta nosotros, pues de su escuela salieron los que
difundieron su doctrina y de estos luego las escuelas en que después
se dividieron y llenaron la historia de la ciencia casi hasta
nuestros días.
Platon (n. ol. 87, 3.°) Profundo,
vasto, elocuente, sublime a veces, y llamado el divino por antiguos y
modernos, compuso muchas obras que las más nos han llegado. Usó el
diálogo en ellas, y son sus mejores tratados los que intitula:
Crito, Fedon, Apología de Sócrates, Timeo, Alcibíades, Yon, y
algún otro. En el primero habla de lo que dijo e hizo Sócrates en
la cárcel hasta que tomó la cicuta y se despidió de sus amigos: en
el segundo de la inmortalidad del alma:...
Tiene tratados de
leyes, de política, de historia, de retórica, de filología, de mil
otras cosas que le ocurrió escribir, y atribuye su doctrina a
Sócrates casi siempre. En el fondo y en muchas cosas lo era, más no
en todas, pues habiendo aquel leído uno de sus diálogos
(Lisis,
sobre la amistad) dijo: (¡oh! y cuánto finge de mí, cuánto me
achaca este mozo!
Y si hubiera visto la Apología, que yo dudo
sea en todo la misma que dijo, aun quizá se hubiera admirado más.
No es otra cosa que una jactancia continua, y como un reto al
tribunal y al pueblo en términos tan poco modestos, que a no ser
ángeles o poco menos habían de ofenderse, y el condenarlo era ya
imediato.
Su filosofía tiene por fundamento de razón y
principio general las ideas preexistentes, que sin embargo no son las
inatas de nuestras escuelas del siglo pasado: de cuyo dogma y
su mal entendida reminiscencia era consiguiente el error de que el
hombre (y así explicaron después algunos el desorden moral, y más
la miseria a que está sujeto desde el nacimiento) había tenido otra
vida antes de esta; lo que nos conduce a la historia y luz, como ya
antes a la necesidad de nuestro dogma del pecado original, sin el
cual no hay razón ni seguridad en ninguna doctrina.
Con todo en
el Fedon hace decir a Sócrates, que el verdadero filósofo debe
persuadirse que la pura sabiduría no se puede alcanzar aquí, sino
en la vida que vendrá después de la muerte. (La poseemos ya aquí
los cristianos, la tenemos revelada.) Admite los démones (genios,
ángeles, espíritus) intermedios e internuncios entre los dioses y
los hombres: y mira como dogmas ciertos (con los antiguos) el dar
cuenta de nuestras obras en la muerte, y el consiguiente premio de
los buenos en la otra vida y el castigo de los malos. También dice
en el Timeo: “El hallar (conocer) al Hacedor y padre de todo este
mundo es obra (difícil); y después de hallarlo, no se puede
publicar... Digamos la causa porque el que lo hizo constituyó el
origen (o generación) de las cosas y de todo este universo: era
bueno, &c.” ¿Qué más podía hacer la razón humana?
Su
estilo es alto, pomposo, y se va un poco a poético. a Ciceron
lo tenía enamorado, así como otros quizá lo hallarán impropio.
Enseñaba en los jardines que fueron de un tal Academo, y de aquí
el nombre de Academia y de la secta o escuela académica.
Fue
aficionado a viajes, bien que por instruirse, y esto después de
haber oído a Sócrates desde los 20 años a los 30. Estuvo en
Cirene, y después en Egipto donde oyó a los sacerdotes relaciones
maravillosas que él pone después en sus diálogos: también fue a
Italia, luego a Sicilia a la corte de Dionisio; y solía ir (si
podía) a los juegos olímpicos. Era modesto, sin afectación en sus
costumbres y trato; y murió de 81 años en Atenas, siendo enterrado
en la Academia.
Jenofonte. Ya hemos hablado de él como
historiador. Todas sus obras pueden mirarse como filosóficas, aun
las tácticas o militares, pero las hay de este único y exclusivo
carácter. Menos elevado que Platon, menos profundo y vasto, pero más
práctico y ceñido, templado siempre, sin alardes de la imaginación,
y tan puro y tan dulce en su estilo, que le llamaron la Abeja y la
Musa ática.
Diógenes Laercio y A. Gelio dan a entender si entre
él y Platon hubo alguna envidia secreta, observándose que este no
le nombra nunca en sus diálogos, nombrando a todos los discípulos
de Sócrates y siendo el que más valía; y él a Platon le nombra
una sola vez y aun de paso en los Memorables. Digna es de respeto la
memoria de Platón; pero Jenofonte no era envidioso, sino al
contrario, noble, generoso y magnánimo, pues (entre otras
pruebas) habiendo parado en sus manos el manuscrito de la historia de
Tucídides, en vez de sepultarlo, o aprovecharse de su trabajo y
refundiéndolo darlo por suyo como han hecho muchos en igual caso, lo
publicó inmediatamente con el nombre de su autor.
Y en fin
Ateneo dice sin rodeos (lib. XI, cap. 21, 22) que Platón era
envidioso, y puede ser que lo pruebe.
Sus obras puramente
filosóficas o morales son: los Memorables o comentarios de los
hechos y dichos de Sócrates; o más bien de la filosofía, carácter,
virtudes, doctrina y método de aquel gran maestro distribuidos en
cuatro libros y estos en capítulos. Al mismo tiempo fue su propósito
defenderlo de las acusaciones de sus enemigos y confundir a estos y a
los jueces que le condenaron, y al pueblo con ellos, y avergonzarlos
a todos; lo que logra tan cumplidamente, que de ninguna obra de sus
discípulos hubiera quedado Sócrates tan satisfecho y obligado. El
Económico: el Hieron, y el Banquete, en forma de diálogo todas.
Cebes. Tebano, condiscípulo de los dos anteriores. Compuso tres
obras o diálogos de los cuales se conserva uno, que es la Tabla o el
Cuadro. Se reduce a la explicación de un cuadro de pintura muy
ingenioso que supone estaba en un templo de Saturno y representaba la
vida y fin del hombre según sigue la virtud o el vicio, tomando la
idea de Hesíodo en lo que dice que el camino de la virtud es al
principio áspero, &c. Su estilo es sencillo, claro, y con cierta
elegancia y suavidad que lo hacen muy gustoso.
Aristóteles.
De Estagira en Macedonia (nació olim. 99, 1.°) el discípulo más
aventajado de Platón a quien oyó veinte años seguidos desde los
diez y siete que fue a su escuela: maestro y amigo de Alejandro cuyo
nacimiento le participó Filipo en una carta de pocas líneas, pero
tan digna del uno como del otro.
Escribió tanto, que sus obras
formaban cuatrocientos volúmenes o tratados según los antiguos; y
aunque se han perdido muchos, se han conservado bastantes para que no
le iguale ningún otro escritor de aquellos tiempos. La Poética nos
ha llegado falta en mucha parte, pues tenía dos libros, y aun
mutilada en algunos lugares de lo que tenemos. La Retórica pequeña
dirigida a Alejandro dicen que es de Corax, siciliano, o de
Anaxímenes de Lampsaco, amigo también y compañero de aquel
príncipe con Calístenes en sus guerras del Asia. Y será de alguno
de ellos, porque es imposible que Aristóteles escribiese una carta
(al enviarle su obra) tan pulida a lo sofista, y más tan larga y
casi pesada.
Ya no usó el diálogo de la escuela anterior, ni la
ironía y circumloquios cerrados de Sócrates, sino que escribe en
discurso recto, definiendo, estableciendo principios &c. Su
estilo es cortado generalmente, conciso, enérgico, fuerte y aun
claro cuanto lo sufren las materias. Con todo habiéndosele
quejado Alejandro de que hubiese publicado lecciones que debieran
quedar reservadas para ellos y así valer más que los demás, le
respondió que sí las había publicado, pero que hiciera cuenta que
no estaban publicadas, pues no las entenderían sino los que se las
hubiesen oído explicar a él de viva voz.
A. Gelio es quien nos
ha conservado estas dos cartas, que por cierto son dos modelos de
aticismo, o sea de concisión y gracia: solo tienen la una cinco
líneas, y la otra cuatro. Su libro más claro, más completo y mejor
conservado es la Retórica, la cual no pertenece a las lecciones que
sentía Alejandro hubiese publicado, llamadas acroáticas, y que se
reservaban para los más dignos discípulos, sino a los ejercicios
que llamaban exotéricos, y a que se admitía a toda clase de
oyentes, siendo como lecciones públicas. También fue poeta, y no
despreciable a juzgar por el Escolio ya citado y por los Epitafios de
los héroes de Homero, que es lo que de él se ha salvado.
Murió
en Calcis (de Eubea) dos años después de Alej. M. (Alejandro
Magno) tomando acónito por librarse de una causa o acusación de
impiedad.
Solía explicar paseando, y de aquí (peripatein)
se llamó su escuela peripatética. Su fundamento o principio
general en lógica (ciencia que él solo enseñó como arte y como
ciencia) son las ideas adquiridas por los sentidos: toda su filosofía
la dividió en dos partes generales, práctica y teorética o
contemplativa, acertando (a mi juicio) con el verdadero método de
escribir y de enseñar, aunque recargándolo quizá un poco.
Platón
eleva el alma del lector, lo llena de admiración, lo tiene suspenso
y embelesado, pero al fin lo deja cansado y no pocas veces frustrado,
o por lo menos dudoso: Aristóteles al contrario, no lo saca fuera de
sí, le enseña, le da luz desde la primera línea, no le turba la
imaginación; y si le cansa, es de tanto como le hace ver y a culpa
suya que no ha tomado sus lecciones con discreción y tiempo.
Platón
escribió sus Diálogos de la república; Jenofonte su Ciropedia o
idea de un Príncipe perfecto; y Aristóteles sus Políticas; los
tres con el mismo propósito o muy semejante.
¿Cuál de ellos
puede ser más útil? Todos lo son mucho; pero distinguiéndolos de
algún modo, diremos, que para enseñar, Aristóteles; para meditar,
Platón; para amar la virtud, Jenofonte. Añadiendo únicamente que
Platón algunas veces más imagina y pinta como poeta, que
discurre y juzga como filósofo. De aquí el cuento absurdísimo de
la raza andrógina, y otros.
Teofrasto.
Natural de la isla de Lesbos. En el número de obras casi igualó a
sus maestros Platón y Aristóteles. Y habiendo éste dejado su
cátedra, la ocupó él y acudieron a oírle hasta dos mil
discípulos. De conversación y trato muy amable, y de habla tan
dulce y suave, que llamándose antes Tirtamo, le mudó
Aristóteles el nombre en Teofrasto, que quiere decir habla
divina. Las obras que de él se conservan son un tratado sobre las
Plantas, heredando de su maestro la afición a la historia natural; y
los Caractéres, que es
una sátira en prosa donde pinta
al vano, al irónico, al adulador, al necio, &c.; en estilo muy
puro, gracioso y festivo. Lástima que nos haya llegado incompleta y
aun lo poco mal conservado.
De la escuela de Sócrates, como se
ha visto, salieron las dos grandes escuelas académica y peripatética
o sus fundamentos; y de ellas los de todas las sectas en que se
dividió la filosofía. Antístenes, discípulo antes de Gorgias y
teniendo ya un auditorio numeroso como maestro, se hizo discípulo de
Sócrates, para fundar después la secta cínica; a la que tanto
nombre dio luego Diógenes y de la cual fue como una reforma la estóica fundada por Zenon, cítico (Chipre), discípulo
de Polemon, Jenócrates y Crates que lo fueron de Platón &c.
Porque el otro Zenon de Elea fue antes (olimpiada 60) habiendo sido
hijo adoptivo y discípulo de Parménides el pitagórico, y el
primero que escribió de dialéctica. Mas todo esto pertenece a la
historia de la filosofía, como la parte que antes tuvieron en ella
los sofistas y los sabios, y no entra en el propósito de esta obra.
ELOCUENCIA. Oradores. También a la verdadera elocuencia
precedió lo que la iba preparando; a saber, pruebas, conatos, y una
sofistería que ha dado nombre a sus profesores, los cuales juntaban
la filosofía y lo que caminaba a ser elocuencia. Cítanse entre
los sofistas más conocidos Protágoras de Abdera, que fue el primero
que tomó este título y quiso significar así como sabio universal
(ol. 74): Pródico de Ceos y Gorgias de Leoncio en Sicilia.
Profesaban saberlo todo y disputar de omni scibili; y con
sutilezas y argumentillos hacer superior la causa inferior
en los tribunales y dondequiera; que es lo que atribuyó Aristófanes
a Sócrates, teniéndolo por un sofista embustero y engañador. Pues
todavía hubo de ellos quien allegó caudales increíbles con ese
arte o sea con su enseñanza, porque al fin también enseñaban la
filosofía allá a su modo; y es que tenían algo de bueno como dice
Ciceron de Gorgias, y de su
escuela procedió la verdadera elocuencia, en la cual brillaron
muchos atenienses después, distinguiéndose entre todos los que por
excelencia se llaman los diez oradores.
Fueron estos: Antifon,
Lísias, Andócides, Isócrates, Iseo, Licurgo, Hipérides, Dinarco,
Esquines, y Demóstenes.
Si hubieran dejado algo escrtio
(escrito) se les podrían juntar Focion y Démades que fueron
elocuentísimos. Del primero dijo Demóstenes estando en la tribuna y
viéndole venir: ahí viene el martillo y el hacha de mis discursos.
Y Demetrio Falerco debe ponerse después y muy inmediato a ellos
porque fue el último grande orador de Atenas y en quien comenzó a
degenerar la elocuencia y como a volver al gusto de los sofistas.
Gobernó diez años a Atenas por Casandro, y aunque con justicia
y moderación hubo de huir a la muerte de su protector, y se fue a
Ejipto.
Antifon. De Ramnunte, aldea del Atica, (n. ol.
75, 1.°) maestro y amigo de Tucídides, llamándose aun sofista: fue
el primero que llevó dinero por los discursos que escribía (para
los tribunales) y por esto notado de codicioso. Padeció no sé qué
destierro, y no gozó con todos opinión de buen ciudadano; y lo que
refiere de él Jenofonte (Mem. I, 6,) no lo hará pasar por filósofo
ni por modesto.
Lisias. Nació en Sicilia (olim. 80, 4.°) y
trasladado de muy joven a Atenas con su padre, y apesar de su
honradez y aplicación, de su crédito como orador y de servicios
importantes al estado, no pudo conseguir el título y derechos de
ciudadano quedando siempre en la clase de metoico (vecino sin
aquellos derechos y sujetos que estaban a algunos vejámenes).
Después mudaron tanto los atenienses, que concedieron la ciudadanía
a un tal Aristónico, de Caristo en la Eubea, solo por su destreza en
el juego de la pelota (con quien solía jugar Alejandro Magno); y no
contentos con esto le levantaron una estatua. ¡Qué significarían
ya pues estos honores! ¡Qué diferencia!
Padeció mucho bajo la
dominación de los Treinta: vio morir indignamente a un hermano que
tenía; él robado y preso, y destinado al mismo fin, pudo fugarse.
Volvió con Trasíbulo a quien ayudó mucho en la empresa.
Tiene
un tomo regular de oraciones que no todas son enteras: hay epílogos
y otras partes, repartiéndoselas en una misma causa alguna vez los
oradores.
Andócides. Buen orador, mal ciudadano, delator
falso, hombre sin ninguna (niguna en el pdf) virtud, hubo al
fin de desterrarse de Atenas viéndose despreciado y aborrecido de
todos. Se conservan de él cuatro oraciones, que las dos últimas hay
quien se las disputa. Yo por mi parte no se las quito. Estubo
envuelto como Alcibíades en la famosa causa de los Hermes o estatuas
de Mercurio que amanecieron mutiladas, y se libró acusando a otros
(inocentes dicen) de aquel hecho. En la primera oración se defiende,
y habla de modo que hasta hombre de bien parece. Es la mejor, y
realmente hay en ella elocuencia. Con todo, así de este como de
Antifon, Licurgo y Dinarco, dice Dionisio de H. que son muy
inferiores a los otros seis.
Isócrates. (n. ol. 86, 4.°)
Gran retórico, buen ciudadano, buen amigo, hombre honrado, discípulo
de Gorgias y Protágoras, y maestro muchos años de toda la juventud
más florida de Atenas. Tenemos de él 21 discursos. No dijo ninguno
en público, no atreviéndose por falta de serenidad y de voz; y se
dedicó a filosofar, como él dice; esto es, a meditar y escribir
oraciones para ejercitarse y leerlas a sus amigos y discípulos;
algunas también para enviarlas a quien se las pedía, y algunas las
dirigía él mismo a príncipes y otras personas que nada le pedían.
Llevaba a sus discípulos cien minas o diez mil dragmas por
enseñarles toda la retórica; lo mismo que el filósofo Zenon a los
suyos.
Con esto se hizo muy rico, y le obligaron a ser trierarca
(a equipar una galera de su cuenta, que era con lo que contribuía la
primera clase de ciudadanos en caso de guerra). Conservó la salud y
el uso de sus facultades intelectuales hasta los 96 años, que al
saber la rota de Queronea se dejó morir de hambre.
Iseo.
Discípulo del anterior y maestro de Demóstenes, inclinado a la vida
privada, no habiendo hablado nunca en público (en la tribuna) que se
sepa, sino en los juicios o tribunales y en causas privadas. Son once
los discursos que nos han llegado, y todos versan sobre la sucesión
y derechos de familia. Por cierto que es curioso ver la imperfecta
legislación de los atenienses en este punto, y los casos que
continuamente ocurrían.
La mayor dificultad solía ser acreditar
y probar la identidad de las personas.
Licurgo. Buen
patricio. Solo se conserva una oración (si es suya), y es una
acusación contra un ciudadano que abandonó su patria en el
conflicto que los puso la desgraciada batalla de Queronea. Tenía
razón. ¿Cuándo necesita más la patria del auxilio y cooperación
de todos los ciudadanos?
Hipérides. Amigo de Demóstenes y
perseguido con él por Antípatro después de la batalla de Cranon
(otra 2.a Queronea), muerto como otros de orden de este
feroz gobernador de Macedonia y de las cosas de la Grecia por
Alejandro, sacándole antes la lengua. Me conformo con Libanio que le
atribuye la oración contra Alejandro sobre la violación de un
tratado en Mesenia; aunque suele ir con las de Demóstenes. Es
vehemente como este, pero algo seco: no se pueden equivocar.
Dinarco. De Corinto, y pasando a Atenas se declaró a favor
del partido macedónico después de la muerte de Filipo; y a pesar de
eso y quizá por eso condenado a muerte con Focion por Polisperconte
sucesor de Antípatro, víctimas los dos más bien de la ceguedad
de aquel pueblo, donde ya prevalecía un partido ya otro. ¿Qué es
un pueblo cuando funda su conservación e independencia, o sea su
existencia política, en la protección de los estrangeros? ¿Quién
puede en él ser buen patricio, aun casi honrado, si alza alguna
figura, sin un continuo peligro? Se conservan de él dos o tres
discursos.
Esquines, hijo de padres pobres, y a lo que dice
Demóstenes iniciadora su madre de no sé qué supersticiones de
Baco, y su padre pasante en una escuela de niños; nació el año
3.°, de la ol. 96, y perteneció de muy joven a un cuerpo militar
destinado a recorrer y guardar la frontera, habiéndose hallado
después en muchas funciones de guerra donde por su valor mereció
grandes elogios y aun ser coronado, distinguiéndose particularmente
en la batalla de Mantinea. Parece que el valor era propio de su
familia, pues también su padre fue buen soldado, el cual vino a
pobreza por haber perdido sus bienes en las guerras de la república,
siendo de los pocos valientes que acudieron al castillo de Fule y a
Trasíbulo contra los Treinta. Después fue notario del registro
público, empleo de poco honor entonces; y a los 30 años de edad se
dedicó a la tribuna y a la política, donde por mucho tiempo fue el
primer orador de Atenas, llamándole el divino por la facilidad con
que hablaba bien de cualquier asunto lo mismo de repente que de
pensado. Acusado por Demóstenes en la causa de la Embajada, se
defendió tan bien, que fue absuelto; pero vencido en la de la Corona
y por no pagar la multa estimada, que eran mil dragmas (creo que se
debe leer diez mil) se retiró a Efeso, y después de recorrer
algunas ciudades y la Tróade, a la isla de Rodas, en donde a
instancias de los principales, que hicieron le diese el pueblo casa y
tierras, abrió una escuela de elocuencia que duró ya muchos siglos;
como que aun en tiempo de Cicerón iban los romanos a Rodas a
estudiarla, no hallando en Atenas sino la retórica (que no es lo
mismo) y la filosofía.
Ha sido muy calumniado de antiguos y
modernos, pudiéndose creer, y lo más, que recibió algo de Filipo
de Macedonia; y esto porque lo dice Demóstenes y lo han repetido por
él infinitos otros, sin ninguna prueba todos ellos. Lo cierto es que
en su destierro estaba más pobre que antes, y por nada o poca cosa
no se hubiera vendido a aquel príncipe: ni tuvo tierras en Macedonia
ni otra parte, como los que se sabe que le sirvieron en lo que de él
se murmuraba. Por lo que de sus oraciones y cartas podemos inferir
fue atento, jovial, muy bien hablado, filósofo y de corazón
noble y magnánimo. Ni conoció la envidia literaria, la más ruin,
la más vil y poderosa en el corazón del que la padece. Bien sabido
es lo que dijo cuando sus discípulos de Rodas le pidieron les leyese
las dos oraciones de la corona: rasgo que no se cuenta ni se verá
quizá de ningún rival, y más vencido como él se via. Estos
son hechos: lo demás es parcialidad y calumnia.
Tenemos de él
tres oraciones que los antiguos llamaban las tres gracias: una contra
Timarco, auxiliar y compañero de Demóstenes en lo de la Embajada,
el que dicen se ahorcó de desesperación de verse condenado, y dejó
solo a Demóstenes en aquella causa: la de defensa propia en esta
acusación: y la de la Corona contra Demóstenes, en que fue vencido:
y doce Cartas, tres de ellas al senado y pueblo de Atenas, una a Ctesifonte su enemigo y de su familia, y las
demás a sus amigos.
Dicen algunos que muchas cartas de las que
nos han llegado de los antiguos no son auténticas, sino meros
ejercicios que los retóricos daban a sus discípulos.
He leído
con cuidado las de Esquines, y no pueden ser sino suyas; porque es su
mismo carácter, su mismo estilo, su misma naturalidad y gracia, y
hay allí cosas que solo él podía decir, y algunas solo él
saberlas.
Su muerte se cuenta de dos modos: unos dicen que fue
tranquila en Samos; otros que le alcanzó también la Ira de
Antípatro, y es lo que más visos tiene de verdad y lo que se cree
más generalmente.
Demóstenes. Nació ol. 99, 4.°, de un
herrero según la sátira, o de un dueño o poseedor de
ferrerías, según la verdad, y no es lo mismo. Ello es que su
padre fue hombre rico y dio a su hijo una educación esmerada. Pero
quedó huérfano muy pronto, y sus tutores y curadores le destruyeron
el patrimonio y él se crió en el vicio o enteramente descuidado, hasta los diez y ocho años de edad que emancipado y entrando en
la posesión de sus bienes acusó a sus tutores y los hizo condenar,
aunque no pudo recobrar sino parte de lo perdido. Era un poco
tartamudo, y con una aplicación y constancia increíbles corrigió
ese y otros defectos naturales, logrando ser en la pronunciación
y en la acción tan perfecto como en la composición de sus
discursos.
Su carácter no fue de un héroe ni de un filósofo,
por más que Plutarco, Luciano y otros antiguos nos le hayan querido
dar por otro; sin duda por verificar en él también la definición
del orador en las escuelas (desde Catón), Vir bonus dicendi peritus,
que tan cumplidamente llenó Cicerón con quien suelen compararlo.
Pero si como orador no tuvo igual, como hombre no llegó con
mucho a esa alabanza. Fue aficionado al dinero, miró poco alguna vez
por su honor y le sucedieron casos de mucha ridiculez y mengua. Hasta
se creyó que recibió dinero del rey de Persia por oponerse a
Filipo, que ya allá se temían de aquel nuevo poder y de aquel
espíritu en componiéndose con los griegos. Esquines se lo echa en
cara, y él no contestó nunca; y me parece que esto prueba más que
todo lo que se les antojó decir a sus defensores sin prueba ninguna
y después de tantos siglos. Y en fin se asegura que Alejandro
encontró en Sardís cartas suyas a los vireyes del Persa, y
la nota de las cantidades que le habían dado. Pensó si lo mandaría
castigar, y lo dejó haberse compuesto y transigido en todo con los
atenienses. Muerto Alejandro, volvieron los griegos a tomar las armas
y alzarse; pero vencidos por Antípatro en Cranon concedió la
paz a los atenienses con la condición entre otras de entregarle diez
o doce personas, en ellas a Hipérides y Demóstenes, y este huyendo
y no pudiendo al fin escapar, tomó veneno que llevaba, acordándose
de lo que había oído a Platón de la imortalidad del alma.
Así mismo fue tan cobarde en el campo de batalla como atrevido
en la tribuna; y en Queronea tiró las armas y echó a correr de los
primeros sin embargo de ser el autor y promovedor de aquella guerra
contra Filipo, y contribuyendo quizá con su ejemplo a que todo se
perdiese (1).
(1) Démades, orador no menos exaltado que
Demóstenes, cayó primero en ella, y fue tan bien tratado de Filipo,
que le hizo comer con él y sus generales. Hablóse de la batalla
sobre mesa, y diciéndole Filipo: ¿qué se ha hecho, Démades, el
valor y las baladronadas de los atenienses? le respondió con esta
finísima lisonja, volviendo por el honor de su nación al mismo
tiempo: “Si Cares hubiera mandado a los macedonios y Filipo a los
atenienses, ya hubieras visto lo que eran estos”. Con todo solía
decir, fuera de eso, que los atenienses de su tiempo eran como los
instrumentos de aire, que quitada la lengüeta ya no sirven para
nada. Lo que Esquines aplicaba especialmente a Demóstenes. Fue
barquero de oficio, y sin ningunos estudios llegó casi a igualar a
aquellos en la elocuencia política. Y preguntándole en una ocasión
quién había sido su maestro, respondió: la tribuna. Después fue
ya todo de Filipo.
Yo siento no poder decir cosas más dignas
de un hombre de su fama, porque me ha dado muchos buenos ratos con
sus oraciones; pero mi máxima es o callar o decir la verdad. Su
historia moral está en las oraciones de Esquines, y aquellos hechos,
aquellos rasgos característicos nadie los negó entonces, ni el
mismo Demóstenes con todo su denuedo y el favor actual tan preparado
del pueblo, quedando en la opinión de todo hombre sensato por un
demagogo impudente, que por una parte decía que la Pitia filipizaba,
y por otra fingía sueños o revelaciones de Júpiter y Minerva, como
en la muerte de Filipo. (Sin otras cosas y además de todo lo que se
ha dicho).
Se conservan muchas oraciones, siendo las principales
y más notables por su elocuencia arrebatadora, que siempre se leen y
se leerán con gusto, aun con entusiasmo, las dos ya citadas contra
Esquines, siendo la de la Corona la más grande y sublime entre
todas, y las siete contra Filipo llamadas Olintíacas y Filípicas.
De la cuarta de estas hay quien ha dudado. No dudaré yo: es tan suya
como las otras. Ni hubo jamás en Atenas un orador capaz de decir
aquello mismo ni del mismo modo que se dice, eco y frase constante de sus demás oraciones. Sino que como en ella propone que se envíe
una embajada al gran Rey, contra quien al fin revolvería Filipo,
esto parece confirmar que efectivamente recibió dinero de aquel; se
le quiere librar a todo trance de esta acusación y nota. Pero
habiéndolo recibido de cuantos quisieron comprarlo, como de los
litigantes entre sí contrarios, de un Midias, que le abofeteó en el
teatro, y de los enviados de Mileto, que hoy se les opone en la
tribuna, y mañana se presenta con la angina y el cuello fajado para
no poder hablar (porque por la noche le habían llevado un talego);
no debe ser eso reparo para creer suya esta oración; ni el ser tan
fácil al soborno puede perjudicar a su crédito de orador, que es a
lo que vamos principalmente, aunque sintamos lo otro. Además en la
oración de las Symmorías se opone a que la Grecia declare la guerra
al rey de Persia hasta que se vea en él alguna hostilidad más
directa y manifiesta. Conque si algo podía decir aquello, también y
más claro lo dice esto.
Sin embargo estaba muy disimulado el
móvil secreto de su antifilismo; parecía celo, todo se presentaba
honesto, y recogiendo su conciencia podía invocar el honor (como lo
hacía) y acusar de traidores a los parciales del macedonio, llevar
de tribuna en tribuna la independencia de la Grecia, entusiasmar
a aquellos pueblos y arrastrarlos al fin a una guerra que duró poco
y terminó tan desgraciadamente en Queronea.
Y si para ser solo
interés hizo mucho, añádase el empeño tomado y ya público,
añádase la rivalidad, la competencia y la oposición de los hombres
y de los partidos, que llegó entonces a su último punto, y se
tendrá otra razón tan poderosa como ha sido siempre.
Rivalidad
de Esquines y Demóstenes. Bastaría por causa la gloria de aquel y
la envidia de este antes de ser el primero en Atenas: pero tuvo otra
más particular y determinada, y fue la que refiere Esquines en la
oración de la Embajada. Fueron los dos de embajadores con seis
ciudadanos y dos de los aliados a tratar de la paz con Filipo después
de la guerra de Olinto; y habiendo tenido que ir dos veces a
Macedonia, las dos quedó mal Demóstenes: la primera se perdió de
su discurso meditado, turbándose de modo en la audiencia, que no
pudo continuar por más que lo alentó Filipo, y viniendo a parar en
esto los grandes chorros de razones, que por el camino dijo llevaba
prevenidos para confundirlo; y la segunda aduló tan baja e
indignamente a aquel príncipe, que se corrieron todos, y aun se
corre uno ahora de decirlo, habiendo grandes risas, tapándose muchos
la cara, y levantándose poco menos que silvidos (según se
infiere de la relación) lo mismo de macedonios que de atenienses.
Tomó luego Esquines la palabra, y después de volver por el
decoro de la embajada, supo con su prudencia y natural despejo
satisfacer en todo a Filipo y este firmó la paz y ofreció su
amistad a los atenienses, pero mereciéndole Demóstenes el más alto
desprecio por su vileza. De aquí el romper este abiertamente y
dar rienda a su profunda desesperada envidia. Siendo de notar que
Esquines, según él, se dejó sobornar de Filipo en esta última
ocasión y no antes.
Mas prescindiéndose de esto o mirándolo
todo de otra manera menos desfavorable, podemos considerar a los dos
grandes oradores levantados en la tribuna de Atenas, la primera del
mundo, luz entonces del mundo, el uno dando lugar con su prudencia a
los nuevos acontecimientos, y el otro queriendo detenerlos para
volver los buenos siglos de la Grecia que habían traspuesto para
siempre. Este mirando al tiempo pasado y al presente; aquel al
presente y al futuro. El uno invocaba la gloria, voz perdida y sombra
de lo pasado; el otro cedía a la necesidad deseando mejores días.
El uno iba a los cementerios a evocar almas que no le oían; el otro
decía a los vivos que venían otros hombres más poderosos y de
estrella más feliz para nuevos destinos de todos. Y era verdad.
Milcíades, Temístocles, Arístides, Leonidas, Cimon y Agesilao
habían muerto con
sus héroes; Filipo y Alejandro venían con
los suyos a ocupar su lugar y terminar su obra. Por ellos fue
definitivo el triunfo de la Europa contra el Asia; y destruidas la
Grecia y la Persia la una por la otra y aun por sí mismas, se lanzó
allá Roma para absorber todos los antiguos reinos de la tierra y
reinar sola y ser sola señora del mundo.
Nota sobre el rey Filipo.
Quise quitar estas noticias por ser una prolijidad,
un comentario que propiamente pertenece a las explicaciones de la
cátedra. Pero como servirá mucho para entender mejor las obras de
estos mismos oradores y otros, para conocer su espíritu y para ver
la razón de muchos acontecimientos importantísimos de aquel último
periodo de la Grecia, me ha parecido que se podrían dejar, aunque
separadas así como cosa no obligada.
Es pues de saber que Filipo
no fue como nos lo pintan algunos antiguos, ni se proponía otra cosa
que ser gefe de los griegos, su generalísimo contra la
Persia, y no esclavizarlos, como decía Demóstenes y todos los del
partido antimacedónico; porque al fin pudo hacerlo y no lo hizo,
contentándose con aquel título y nombramiento, habiéndose ya hecho
admitir antes en el gran consejo de los Amfictiones
(circumfundadores, circumpobladores), que era solo derecho de los
doce antiguos y puros pueblos griegos, y en cuyas juntas se trataba
de lo perteneciente a la religión y de interés común de todos (a).
(a) Los pueblos de derecho amfictionio eran: los tésalos, los
beocios, los aqueos, los dorios, los iones, los perrebos, los
magnetes, los lucros (o loeros, este pie de página se ve mal, los
eteos, oteos), los fliotas, los maleos y los foceos, a quienes
fue sustituido Filipo. Los atenienses eran los iones o jonios,
unidos con los de las islas de *Nasos, Ceos y otras que fueron
colonias suyas; y los lacedemonios los dorios. Dicen que no siempre
fueron los mismos pueblos. Cada uno enviaba dos diputados que
llamaban pytágoras, y el voto era igual en todos. Si se convocaban
en primavera tenían la junta en Pylas (Termopilas); si en otoño, en
Delfos.
La Macedonia no estaba admitida porque apenas se reputaba
por estado griego sino allá bastardamente, y esta era una dificultad
muy grande. En todo pensó Filipo, todo lo meditó y todo lo allanó
con su valor y su prudencia.
Con verdad se ha dicho que sabía
ser raposa y león, porque esto compendia y difine su
carácter. Es decir, que se valía de ardides para vencer y dominar;
y si no bastaban ardides, echaba mano a la espada y nada le
resistía. Con su tesoro ganaba a los hombres de influjo en las
repúblicas, seducía a los poderosos, se facilitaba agentes; pero también con la espada cortaba todos los nudos que le formaban y
no admitían otro desenlace.
Además los griegos entonces ya no
eran griegos, y los atenienses menos, siendo el mismo Demóstenes su
tipo, que es habladores y elocuentes, pero corrompidos y cobardes.
¿Cómo pudieran ni supieran ser libres, cuanto más jefes de nadie,
hombres tan degenerados? Así lo entendió y pensó el gran Focion
que valía más (él solo) que toda aquella pandilla de cobardes y
alborotadores: así lo entendieron y pensaron lsócrates, Dinarco,
Esquines y todos los hombres prudentes y de más valía en Atenas. ¿a
qué los disimulos y rodeos de Plutarco y otros antiguos, y también
de muchos modernos que se entusiasman por una sombra?
Porque ya
en aquel tiempo la cuestión era naturalmente si había de ponerse a
la cabeza de los griegos un rey de Macedonia con sus aguerridas
falanges veteranas contra el enemigo común, como a Filipo le
escribía y exhortaba Isócrates, o sufrir ser amenazados y
despreciados de aquel (habiéndole enseñado Conon contra Agesilao el
secreto de burlarse de los griegos, que era el soborno y la intriga),
y continuar aquellas repúblicas tendidas en el fango y la ignominia
con guerras de oposición y recuerdos vanos, de zelos
inútiles, y ya de vengancillas, para mantener en el ocio y la
abundancia unas docenas de bulliciosos demagogos llenos de vicios y
de orgullo que de cuando en cuando se repartían los miles de
ballesteros de oro que solían venir de Persia y que dijo ya Agesilao
le habían obligado a salir del Asia en número de treinta mil que
contra él se habían enviado a los oradores de Grecia. Porque uno
dice la historia de la verdad, otro la pasión y la ligereza.
Esparta, Atenas, Tebas, lo que es por si, habían acabado: nadie las
levantara del desaliento y nulidad a que las guerras civiles y otras
causas las habían reducido. Epaminondas fue su último héroe, y aun
no lo fue en bien de la Grecia, porque no podía. Puro griego,
hijo de aquellos pueblos no podía venir ya ninguno para bien de
todos, porque no los uniera en la causa común que ni siquiera se la
pudiera hacer reconocer, cuanto más dárseles por jefe. Y hubo de
ser un enemigo-amigo, un macedonio, que reunió todas la virtudes
necesarias; sagacidad para conocer las cosas y los hombres, astucia
y actividad para aprovechar las ocasiones, aun para prepararlas, y
magnanimidad y valor para concebir la empresa de que ellos, lo mismo
juntos que separados, eran incapaces.
Si Filipo faltó a su
palabra alguna vez, faltaron aun más con él los griegos; y si fue
duro y no siempre con los vencidos, ¿cuánto no se lo merecieron
todos y más los atenienses con sus intrigas y su insolencia? ¿Cuándo
cualquiera de ellos en la victoria no fueron más crueles y feroces,
más inhumanos y vengativos? Los rasgos de generosidad, de moderación
y de clemencia no los cuentan, y en verdad que no son pocos ni de
fácil ejemplo en príncipes que se hallaron en su caso; ni vengó
jamás las injurias que se hicieron a su persona, aun en presencia.
En una embajada de Atenas iba con otros un orador muy descarado
llamado Demócares, sobrino de Demóstenes; y después de oírlos
Filipo con la benignidad que acostumbraba y de contestarles, añadió:
ahora ved qué es lo que puedo hacer que sea grato a los atenienses;
y respondió Demócares: ¿Qué? ahorcarte. Irritáronse todos los
presentes a tan brutal desacato, lo mismo atenienses que
macedonios;
pero Filipo los calmó, y dirigiéndose a los otros de la embajada
les dijo muy templado: “Vosotros tendréis a bien declarar de mi
parte a los atenienses, que son mucho más soberbios los que tales
injurias saben decir, que los que las sufren impunemente.” Eliano
(después de Plutarco) dice en una parte que se ensoberbeció con la
victoria de Queronea, y en otra, que no solo no se desvaneció, sino
que mandó a un oficial de palacio le entrase a decir todas las
mañanas: Filipo, acuérdate que eres hombre. ¿Pudiera hacer más un
Sócrates? Con mucha clemencia, sí, con mucha clemencia usó de
aquella victoria; y lejos de vengarse de los intrigantes y falsos
atenienses, todavía los convidó con la paz y su amistad cuando
podía tan fácilmente destruirlos con su ciudad y vano orgullo. Y
cierto que no le contuvo lo que dice Demóstenes (después de nueve
años de pasado aquello) de la turbación con que se metieron en la
ciudad los que solían estar en sus quintas, ni la tardía reparación
de los muros; sino el haber conseguido romper y destruir del todo la
contradicción de aquel pueblo en sus planes contra los bárbaros,
pensando solo en hacerse nombrar generalísimo para la empresa. Ni es
de creer que el honrado Isócrates, el verdaderamente patriota
Isócrates se hubiese quitado la vida a saber que ningún castigo
había de ejecutar contra su querida Atenas, contra aquella patria
tan amada.
Muere Filipo, hereda Alejandro el reino y sus
proyectos; y habiéndole declarado la guerra los tebanos, los
atenienses y los corintios despreciando su juventud y sabiéndole
ocupado en otras guerras difíciles, y reunidas ya casi las fuerzas
de todos, solo de verle venir con su ejército sobre la Grecia se
llenaron de terror los segundos y los terceros (¡qué héroes!)
y se retrajeron: él marcha contra los tebanos, los vence, destruye
su ciudad y los aniquila: pero castigada Tebas ¿qué hizo? Dejar
libres a los griegos si lo hubieran sabido o podido ser, y ejecutar
el pensamiento de su padre pasando al Asia en nombre de todos ellos,
incapaces por sí (como he dicho) de empresa ninguna, y hasta de
libertad e independencia. Pueblos viciosos, pueblos corrompidos no
hablen de libertad, no pueden ser libres.
La corrupción venía
de atrás, pero había llegado a su extremo. Venía desde Pericles,
que para ganar al pueblo contra el poder y autoridad de Cimon,
procuró corromperlo con dádivas y adulaciones, criándolo a la
ociosidad y aficionándolo a fiestas y espectáculos. Y los demagogos
supieron aprovechar esta disposición, la aumentaron, especulaban con
ella, era un juro libre, pero cierto, y una fuente, una mina
inagotable y prevenida para ellos de honores y riqueza.
Sin
embargo, y a pesar de todo solemos oír (por volver a nuestros
oradores): nada más ilustre y digno que Demóstenes; nada más vil y
despreciable que Esquines, siendo siempre la ocasión quien habla; o
la vanidad y el engreimiento de declamar y repetir: el tirano
Filipo... el traidor Esquines... el patriota Demóstenes; de quien
hacen un mártir de la libertad de la Grecia!... Y con esto, y con
citar y copiar algún trozo o lugar traducido de cualquier otra
lengua menos de la suya, cada año ve la juventud nuevos libros que
todos dicen lo mismo, y continúa el engaño de unos y otros, y con
él un error muy perjudicial a estos estudios y menos al de la
historia. a estos estudios, porque hacen despreciar autores ú obras
que valen mucho; y al de la historia, porque no dejan conocer las
verdaderas causas de tan grandes hechos y acontecimientos políticos.
No quisiera despedirme de esta época sin notar al menos que
en ella florecieron las artes de la pintura y escultura llegando al
último punto de perfección en manos de los Zeuxis, Parrasios,
Timantes, Polígnotos, Protógenes, Apeles: Polícletos, Mirones,
Fidias, Lísipos, Praxíteles, Escopas. Y lo mismo sucedió en la
arquitectura siendo Fidias (que también era arquitecto) el que
dirigió los magníficos edificios con que Pericles adornó a Atenas.
Y la música ¿por qué la omitiríamos? también fue muy usada
de los griegos y también llegó a la suma perfección por los
efectos que leemos hacia. Nada cantaban pública o
privadamente, nada recitaban (en verso por lo menos) sin
acompañamiento o sin algún tono músico más o menos modulado o
notado. Tenían tres modos principales: el dório, heroico,
grave, lírico-sério, que es el que más usaba Píndaro; el
frigio, religioso; el lidio, afectuoso y tierno, que lo condena
Platón por afeminado. Algunos añaden el jónico y el eólico.
La
medicina por Hipócrates, de Cos, nacido ol. 80, fue fundada para
siempre en observaciones fijas, constantes y tan profundas como las
que encontramos en sus obras.
Pero ya mucho antes eran celebradas
las escuelas médicas de Crotona y de Cirene, pasando los médicos
crotoniatas por los primeros en estimación de sabios y los cireneos
por los segundos, quedando los egipcios en lugar inferior a estos,
sobre todo desde el famoso Demócedes (crotoniata) médico al fin
(después de muchas aventuras) de Darío Histaspes que antes los
tenía egipcios.