Mostrando entradas con la etiqueta clásica. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta clásica. Mostrar todas las entradas

domingo, 25 de abril de 2021

III. Épocas de la literatura griega.

III.

Épocas de la literatura griega.
Orfeo.
Algunos la dividen en seis: religiosa, homérica, clásica, alejandrina, greco-romana y bizantina. Yo creo que las dos primeras se pueden reducir a una con el nombre de heróica, ya por el tiempo o siglos que comprende, ya por las obras que nos han llegado.
¿Qué poetas sinó cuenta la que llaman religiosa? Anfion, Lino, Orfeo y Museo; más de ninguno de ellos se conserva nada si no es de Orfeo lo que lleva su nombre. Aristófanes en las Ranas celebra por boca de Esquilo a los poetas antiguos como maestros de la virtud, diciendo contra Eurípides que según él solo enseñaba bellaquerías con los ejemplos de sus héroes y heroínas: “Mira como desde un principio los poetas más nobles han procurado ser útiles: Orfeo nos enseñó las ceremonias del culto y a abstenernos de sangre. (Que es lo que dice Horacio): Museo las curaciones de las enfermedades y los oráculos, &c.,” de modo que aun distinguiendo esta época, no fue toda religiosa, conviniendole quizá más y como por excelencia el título de moral o civilizadora; lo que no consistía todo en prácticas religiosas ni en aprender y enseñar misterios de gestos y ceremonias de creencias oscuras en las iniciaciones. Y en fin también es heroico el poema de la Argonáutica atribuido a Orfeo y dedicado a su amigo y discípulo Museo.
Lo que en su nombre tenemos es ese poema (de 1284 versos), y varios himnos, con un tratado (en verso) de la virtud medicinal de las piedras preciosas. En este al menos nada hay suyo, ni en los himnos quizá fuera de su forma primitiva. En la Argonáutica podrá haber algo, podrá haber mucho, aunque se diga compilado por Onomácrito, que acaso no fue más que un editor curioso, quizá un reformador, un refundidor, como hombre muy aficionado a estas antigüedades, contándonos Heródoto que habiéndolo sorprendido Hípias (el hijo de Pisístrato) adulterando los oráculos de Museo para acomodar algunos al estado presente de las cosas públicas, iba a pasarlo mal, y huyó y se fue a los persas, reconciliándose después con el tirano cuando él tuvo que hacer lo mismo. La poesía de la Argonautica tiene facilidad y elegancia, pero una facilidad y elegancia antiguas: es decir, con alguna aspereza y vejez de cuando en cuando que después ya no se encuentra en
ningún poeta.
Pero ¿ha existido Orfeo? Aristóteles (según Cic. De N. Deor.) decía que no, y que las obras que se le atribuyen son del pitagórico Cércope; y Pausanias dice que según otros compuso Pitágoras no sé qué poema y lo publicó con el nombre de Orfeo. Mas apesar de esas voces nadie lo creyó así en la antigüedad, ni el mismo Ciceron por lo que le cita más adelante. Entre los modernos hay quien no cree que haya existido, o lo dicen al menos; aunque les ocurra la dificultad de explicar algunos hechos casi históricos y probados, como dogmas y misterios traídos de Egipto e introducidos por él en la Grecia, y otros de que hablan los antiguos. Y hubo de haber por fuerza un hombre muy sabio, de mucho respeto y crédito, que los concibiese o estableciese, y no se cita otro. ¿No quieren que se llamase Orfeo? Pero todos le dan este nombre.
Los himnos son unas meras invocaciones a los dioses para el tiempo de los sacrificios; unas letanías de atributos arregladas en exámetros, siendo ochenta y ocho, a casi otras tantas divinidades, y contándose entre ellas el sueño, la muerte, la luz, las horas, las nubes, &c.
Los dos himnos o fragmentos separados, verdaderamente poéticos y magníficos, y no fórmulas de sacrificio, en que se habla de Dios como uno, infinito, eterno, omnipotente, invisible, criador, los conservaron San Justino mártir, Eusebio y Clemente Alejandrino.
Son de siglos tan antiguos? La poesía no lo desmiente del todo. En cuanto al dogma de la unidad de Dios todos los filósofos, todos los sabios lo siguieron, ninguno creyó otra cosa, y se lo decían en secreto de unos a otros, entre maestros y discípulos, y aun los más queridos y de más confianza; entre iniciadores e iniciados; siempre en voz baja y con misterio, siempre a puerta cerrada. También se ve este mismo dogma, un poco envuelto empero y algo disimulado, en tres himnos de los otros; en el de Pan, en el de Júpiter y en el de la Naturaleza, bien que en el sentido panteístico.
Para fingirlos estos buenos doctores habían de ser tan atrevidos y desvergonzados como grandes poetas: ¿y eran uno ni otro? Con que antiguos y muy anteriores deben ser a los siglos cristianos, a cuya doctrina y obra insinúan algunos que pertenecen. Y con admitir que Orfeo visitó el Egipto y la Fenicia se explicarán otras dificultades que se querrán oponer a esta opinión tan antigua y siempre la misma.