PRIMERA PARTE.
I.
Importancia y mérito de la lengua y literatura griegas.
No
la recomendaré por lo que todos saben y conceden, y más desde que
en los nuevos planes de estudios se ha contado siempre con esta
lengua; a saber, por ser necesaria para algunas ciencias y utilísima
en todas. En el día, aun entre nosotros, que casi desde el siglo XVI
había estado descuidada, sino olvidada, nadie duda de su
utilidad: el que menos noticia tiene de ella, conoce y dice que
aunque solo fuese por las etimologías de las voces técnicas de
todas las ciencias debía estudiarse; y que no es lo mismo oír por
esplicacion lo que significa una palabra, que entenderla en sí
por las que la componen o por su origen. Ciencias hay en que la mitad
del estudio está casi hecho con solo ir prevenido con el de esta
lengua. Así mismo saben que es tan necesario como fácil y
satisfactorio el acudir a ella para espresar perfectamente
cualquiera idea nueva, la principal y las accesorias, en el
progreso de las ciencias y aun de las costumbres; lo que ningún otro
idioma puede hacer. Uno también debía ser, y uno común y sin
envidia para todos, y es el griego; no tan difícil afortunadamente
como se inferirá de muchos libros de los rudimentistas; y más
de los de nuestro tiempo.
Igualmente se ha dicho, que sin la
lengua griega se podrá ser buen poeta, buen escritor, pero no
perfecto literato. Y si hubiese otra lengua y otra literatura mejores
y de modelos más originales y escelentes, de la cual fuesen
todas, y la griega con ellas, una derivación, un reflejo, una
imitación en las obras, como la latina y todas las nuestras lo son
de esta; aquella sería la de tan grande prez y mérito. Mas no la
hay. Después o más allá de los griegos está la naturaleza, pero
sola, callada, sin leyes conocidas, sin muestras ni advertencia
ninguna de ellas; y los griegos fueron tan felices en su
interpretación y conocimiento, como el pueblo buscado adrede,
iluminado y privilegiado por la misma naturaleza para mostrársele, y
que la diese a conocer y la ostentase tan grande, tan varia, tan rica
y bella como es, en la duración de las edades y de las letras. Baste
decir, que en la Grecia nacieron las Musas o se inventaron, que es lo
mismo; no debiendo nada (en literatura al menos) al Egipto ni a la
Caldea, porque nada tenían. Luz y filosofía es otra cosa.
En
Egipto se sabía algo de geometría, de astronomía y medicina; pero
la literatura ¿qué fue nunca? ¿Llegó a existir siquiera? Aun
historia no tenían, sino tradiciones oscuras y una memoria
confusamente guardada de sus reyes y de algunos acontecimientos.
Historia verdadera ni la escribieron ellos ni se ha podido escribir
de sus antigüedades, como es de ver en Josefo, cuya autoridad
se ha querido despreciar por la vanidad de dar luz a una cronología
absurda y fabulosa. Ni Platon aprendió nada de aquellos
sacerdotes por más que le dijeren que los griegos eran unos
niños (por lo reciente de su historia): les oyó relaciones
históricas muy desatinadas, como la de la Atlantica y otras,
y él las puso en sus obras concediendo con su gusto poético, y aun
creyendo quizá que enseñaba algo a sus griegos. Pues los caldeos
¿qué letras comunicaron a nadie? ¿Cuándo las tubieron? Ya
he dicho que luz y filosofía es otra cosa.
Repito que las artes
liberales nacieran en donde se inventaron los nombres de las deidades
que las protegían y profesaban, que son las Musas, hijas de
Mnemósine (la facultad de la memoria), cuya hermosa ficción,
toda y solo griega, nos dice el verdadero origen de la literatura.
Además los modelos griegos son los únicos legítimos y
perfectos. Legítimos, porque son obra de la observación pura de la
naturaleza, su expresión, su interpretación directa e
imediata, y no copias ni imitaciones de otros: perfectos,
porque están dentro de la verdad que forman esas mismas leyes de la
naturaleza, o más bien son su misma verdad; habiendo llegado los
griegos al último punto de excelencia por la disposición natural de
aquellos pueblos, por el estímulo de las coronas y de la gloria en
los certámenes públicos, por las instituciones y costumbres, por la
belleza de la lengua, por la estimación propia y nacional de todo lo
bueno; y porque los que nos han llegado son de los mayores ingenios
que se han conocido, y favorecidos además y auxiliados de todas
esotras causas.
Acaso a algunos parecerá que me escedo
tal vez de lo justo en mis elogios o en mi censura; pero estoi
seguro de la razon que sigo. Sea esta nuestra sola autoridad;
y si prueban lo contrario de lo que yo digo, si me hacen ver que
padezco error, que estoy engañado, que es bueno lo que tengo por
malo y al contrario; entonces mudaré con ellos de opinión y
reformaré mis juicios.