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lunes, 26 de abril de 2021

VI. Época clásica.

VI.

Época clásica.

Dásele este nombre en significación de grande, de rica, de principal y perfecta en todos los géneros. Comprende cerca de tres siglos desde la ol. 45 hasta la 115, que es hasta la muerte de Alejandro Magno ocurrida el año 1.° de la 114. Para la historia en otro concepto se suele dividir este largo período en los tres siglos que abraza, dando al primero el nombre de Solon, al segundo el de Perícles, y al tercero el de Alejandro. Para nosotros es más propia la división que adoptamos.

Poetas líricos. Por el orden del tiempo deben ir estos los primeros. Y aunque fueron muchos, se cuentan nueve regularmente, que son: Alcman, Estesícoro, Alceo, Safo, Simónides, Ibico, Anacreonte, Píndaro y Baquílides; contemporáneos los más de ellos sino es Alcman que aun pudo alcanzar a Tirteo, y Estesícoro, Alceo y Safo que florecieron entre las olimpiadas 38 y 50. Podríaseles juntar Erina, de la isla de Lesbos como Safo y Alceo y del mismo tiempo, muy celebrada por su modestia y por su talento poético, muerta a los 19 años de edad, y autora de un poemita en hexámetros a la Rueca, de dos epigramas y una sublime y elegantísima oda a la Fortaleza, (Roome) Otros con Estobeo la dan a una Melino, lesbia también no se de qué tiempo, y quieren que la composición sea a la ciudad de Roma. No le desconviene del todo: pero la poesía no sabe a siglos tan apartados de los buenos de la Grecia como fueron los grandes de la capital del mundo; ni los poetas latinos hubieran dejado de citarla y celebrarla. Estobeo la pone en el título del valor militar. Y seguramente no debe entenderse otra cosa.
El orden de excelencia según los críticos antiguos es: Píndaro, Estesícoro, Alceo, Simónides, Anacreonte; dejando a los demás en una misma línea al lado de estos. Yo creo que cada uno en su género fue excelente, y que no sería fácil un juicio absoluto entre ellos.
Deben también citarse, Terpandro lesbio, el que perfeccionó la lira (ol. 28); Arquíloco (poco después) el de las hijas de Licambe, de Paros, autor del verso yámbico, o más bien aplicado por él, y ya después usado siempre en la poesía satírica; y Arion lesbio, el del cuento del Delfín en tiempo de Periandro su protector y amigo según Heródoto, y autor o sea inventor del Ditirambo, y del coro y tono de la tragedia, y del modo lidio en la música. Y a todos ellos debieron preceder muchos otros cuyos nombres no nos han llegado; ni de estos obra ninguna fuera de unas estrofitas sueltas o sentencias de Arquíloco, viéndose por algunas de ellas que era aficionado al apólogo, inventado por Hesíodo (en las Obras y Días) y perfeccionado por Esopo natural de Samos y contemporáneo de Safo.
De Alcman, Alceo, Estesícoro, Ibico, Simónides y Baquílides solo se conservan estrofas y versos sueltos con dos o tres escolios de los dos últimos. De Safo, dos odas amatorias, y aun la una a trozos.
Alcman fue lidio y esclavo de un lacedemonio llamado Agésidas que conociendo lo que sería, y prendado de su buen natural le ahorró de muy joven: Estesícoro de Himera en Sicilia; Ibico, también siciliano; Simónides de Ceos, y lo mismo Baquílides que fue sobrino suyo.
Pero hubo otro Simónides natural de la isla de Amorgos, poeta yámbico y abuelo (dicen) del lírico; a quien se atribuye una sátira contra las mujeres en la misma idea que Focílides y extendiéndola con bastante gracia. Pero ¿no podría ser también del lírico?

Anacreonte, natural de Teos, muy estimado de Polícrates tirano de Samos en tiempo de Cambises y Dario, pasó la vida en fiesta y alegría, aunque no sin contratiempos, y murió a los 85 años de edad (ol. 70) ahogándose (dicen) en un convite con un grano de uva: tan enemigo de cuidados, que como Polícrates le hubiese regalado un talento de oro, se lo volvió a los tres días diciéndole que desde que tenía aquella riqueza no había podido descansar, ni dormir, ni cantar, ni alegrarse. De cinco libros de canciones que compuso no tenemos sino unas sesenta; y aun de estas habrá una cuarta parte o más que no son suyas, habiendo mezclado todas las de su género Constantino Céfala que en el siglo X publicó una colección de varias. (En Constantinopla.)

Píndaro, natural de Tébas en la Beocia, nació olimp. 65, y fue tan estimado, que de las víctimas de Delfos le enviaban parte los sacerdotes de orden del oráculo: y cuando los lacedemonios se apoderaron de Tebas (después de la guerra del Peloponeso) y dieron fuego a la ciudad, pusieron en la puerta de su casa un verso que decía: La casa del poeta Píndaro: no la quemeis. Y sirvió esto de ejemplo a Alejandro que más adelante hizo lo mismo. Llegó a los 90 años de edad.
Dicen que recibió lecciones de la poetisa Corina, y que fue vencido por otra llamada Mírtida en los certámenes poéticos particulares de Beocia. Quizá la corona se dio al sexo por cortesía. a lo menos Corina en dos versos que se han conservado la vitupera de imodesta por haberse atrevido a competir con Píndaro. También se afirma que Hieron rey de Siracusa le prefirió una vez las odas de Baquílides en los juegos píticos: pero fue una sola vez, y se sabe por Longino que Baquílides era a Píndaro lo que Apolonio a Homero. Con todo, el carácter de Baquílides no era la sublimidad ni la grandeza, sino la pureza y la elegancia de la expresión (expresión en el pdf), y la gracia y la verdad de los pensamientos.
Habiendo dicho en una oda: La rica y gloriosa Atenas baluarte de la Grecia, se ofendieron sus paisanos y le multaron: pero los atenienses le dieron doble de lo que importaba la multa, y además le levantaron una estatua de bronce.
Compuso muchas y varias obras, de que solo nos han llegado los cuatro libros de odas a los vencedores de los cuatro juegos generales de los griegos, que eran los olímpicos, los píticos, los ístmicos y los nemeos; con algunos fragmentos de otras.
Más adelante hablaremos de los epígramas que dejaron algunos de estos líricos.

Escolios. Eran canciones cortas e irregulares generalmente (que eso dice el nombre por oposición a orthios, recto) compuestas al parecer y según la forma sin ninguna preparación, o digamos de repente; aunque de algunas no es muy posible. Los que se conservan son de Arifron, Mesomedes, Simónides, Timocreonte, Hibrias, Píndaro, Pratinas, Baquílides, Dionisio y Aristóteles el filósofo, que a la verdad es digno de su nombre, pues se dirige a la virtud.
Algunos de estos escollos son verdaderos peanes, como el de Mesomedes a Némesis y el de Dionisio a Apolo. También a Pítaco se atribuyen dos muy cortitos; de cuatro versos cada uno.
Calístrato en fin compuso el tan celebrado de Armodio y Aristogeiton, que pondré aquí traducido en estos malos versos:


Llevaré la daga oculta
En el mirto, cual los bravos
Harmodio y Aristogéiton
Cuando dieron al tirano
Muerte fiera y en Atenas
La ley de igualdad fundaron.
¡Caro Harmodio! no, no has muerto,
Que allá en los felices campos
De las islas fortunadas
Dicen que estás, coronado
Con Aquiles y Diomedes
De inmortal heroico lauro.
Llevaré la daga oculta
En el mirto, cual los bravos
Harmodio y Aristogéiton
Cuando al tiempo del sagrado
Sacrificio de Minerva
Dieron muerte al fiero Hiparco.
Eterna será en la tierra
Vuestra gloria, o muy amados
Harmodio y Aristogéiton,
Por haber muerto al tirano,
Y la igualdad de las leyes
En Atenas proclamado.

No obstante ya se sabe, que se atribuye mala! y vulgarmente la libertad de Atenas a los que mataron al hijo de Pisístrato, pues quedó en el poder el otro hermano Hipias, que aun tardó algunos años a ser echado de él, y todavía tuvieron que intervenir los lacedemonios.

TRAGEDlA: Poetas trágicos. Toda la poesía dramática nació de las fiestas de Baco, donde se cantaba, se bailaba, y se hacían locuras extraordinarias.
La parte religiosa y seria produjo la tragedia; la alegre y jocosa la comedia; y la extravagante o botarga el drama satírico.
El premio del mejor canto o himno compuesto para estas fiestas era digno de la divinidad a quien festejaban, un macho de cabrío; pues todo era canto y lo fue por muchos siglos, hasta que Tespis en tiempo de Solon introdujo (introdujó en el pdf) un recitante o espositor, un dialogante, y ordenó mejor la escena o teatro, y quizá se vio también alguna acción dramática.

Susarion, Pratinas, Querilo y Frínico después de Tespis fueron los autores de los primeros dramas que se pudieron llamar trágicos, aunque rudos e imperfectos. Pero algo deberían ya ser los del último que cuando representó la toma de Mileto (por los persas algunos años antes de lo de Maratón) hizo llorar tanto al pueblo, que el magistrado le multó en mil dragmas por haber recordado así una desgracia y calamidad tan grande de los propios (griegos del Asia, los iones.)
Los gastos del aparato escénico, del coro y trajes para todos, que eran considerables, hacíalos en algún tiempo el corego, (cargo concejil o público), sino es cuando los quería costear algún protector o amigo. El gran Temístocles fue un año corego de Frínico, y ambos fueron coronados públicamente en el teatro, el uno por la composición del drama premiado, el otro por la magnificencia y esmero en los gastos (ol. 70, 4.°)

Esquilo. Vino en fin este hombre extraordinario que dio a la tragedia su verdadera perfecta forma, su dignidad y grandeza, lo mismo en la poesía que en los adornos y decoraciones del teatro, y, en los trajes de los actores. Y ya desde entonces no fue el vil macho de cabrío el premio de la tragedia, sino coronas de oro, honores, y una gloria más digna de quien la daba y de quien la recibía: sobre todo desde que Cimon trajo a Atenas los huesos de Teseo y abrió un certámen público de tragedias para aquella fiesta. (ol. 77 4.°). Añadió un interlocutor al recitante de Téspis, y fue ya propio y verdadero el diálogo, perfeccionándolo después Sófocles con un tercer interlocutor.
Fue Esquilo gran soldado, hijo de una familia ilustre y cuyo padre se llamaba Euforion; peleó en Maratón (Maraton en el pdf), en Salamina y en Platea, con su hermano el famoso Cinégiro (uno de los diez generales o arcontes compañeros de Milciades). Aun tuvo otro hermano llamado Aminias que perdió una mano en el combate de Salamina.
Nació Esquilo no en la olimp. 40 según la equivocada noticia que con sus tragedias, sino en la 60, 1.° Compuso de 60 a 70 tragedias de que solo nos han llegado siete: El Prometeo, los Siete sobre Tébas, los Persas, las Suplicantes, las Danaides, y la trilogía del Agamemnon, las Coéforas (muerte de Clitemnestra) y las Euménides (persiguiendo a Orestes). Ganó el primer premio trece veces: y al fin de su vida abandonó su patria y se fue a la corte de Hieron de quien fue bien recibido y muy estimado, muriendo allí a los tres años.
Plutarco dice que dejó su patria avergonzado de verse vencido por Sófocles su discípulo en un concurso. Cuento, como otros que se forjó o recogió el buen Plutarco. El triunfo de Sófocles contra Esquilo en el teatro fue en las fiestas de Teseo por Cimon año 4.° de ol. 77, como hemos dicho, y la retirada de este a Sicilia fue el año 4.° de la 80. Lo mismo digo de la otra causa tan semejante a esta que dan algunos de su voluntario destierro; a saber, el verse vencido por Simónides en un canto fúnebre (de concurso) a la memoria de los que murieron en Maratón. Simónides pudo vencerlo a él y a todos los poetas de su
tiempo en aquel concurso porque en lo patético, en saber arrancar lágrimas de ternura, no tenía igual. El motivo cierto y verdadero fue el siguiente. Por un drama (que no se cita) fue acusado de impío y condenado. Ya se sabe que en Atenas toda causa de impiedad era capital. Pero su hermano Aminias que asistía al juicio pidió licencia para hablar, y sacando el brazo sin mano recordó a los jueces y a aquel pueblo tan sensible como inconstante lo que en defensa de la patria habían hecho los tres hermanos; y con esto se mudó la sentencia y lo dejaron libre. Pero disgustado y quizá temiendo nuevos peligros no quiso vivir más en Atenas y se fue a Sicilia.
Fue el último poeta que salió al teatro y representó sus propios dramas, pues los anteriores lo habían hecho todos. Sófocles se escusó con la falta de voz, y desde él no salieron más a las tablas (esto es, los trágicos). También es de advertir que en el teatro griego jamás salieron mujeres, sino que hacían los hombres sus papeles vistiendo su traje y remedando la voz lo mejor que podían.

Tetralogía y Trilogía dramáticas. Antes de pasar adelante explicaremos esto. Débese pues saber que el premio se competía con cuatro dramas, tres sérios y uno satírico o burlesco. Así es que Esquilo a los tres dramas de la familia de Agamemnon añadió otro intitulado Proteo, Cuando se omitía el satírico se llamaba trilogía, y esta en todo caso parece que debía sacarse de la historia de una misma persona o familia, como la citada del Agamemnon. El Prometeo que tenemos es el segundo de otra que era, Prometeo robando el fuego, Prometeo atado y Prometeo libertado.
Y así hay varias en los títulos que se conservan. Pero después de Esquilo ya no fue ley rigurosa ni lo uno ni lo otro.
Diógenes Laercio dice que la tetralogía correspondía a las cuatro fiestas en que había espectáculos dramáticos, las Dionisiacas (en la primavera), las Leneas (en otoño), las Panateneas y las Cutras, y todas duraban tres días. Otros han dicho que las cutras (Ollas, porque se cocían legumbres que se dedicaban o consagraban) no era una fiesta particular sino el último día de todas, como una sobrefiesta, y que en él se daban las comedias. Si había tres premios ¿cómo se entendía y por qué orden se verificaba la representación de los dramas, que era de día y duraba de la mañana a la tarde y no cabiendo más de tres por día? ¿Cómo se repetía alguno, como sucedió más de una vez, habiendo otros premiados prevenidos? En fin en esto hay algunas dificultades que no he podido ver explicadas.

Sófocles. Hijo de Sófilo, (n. ol. 70, 4.°) fue hombre rico y de mucha cuenta como ciudadano y el príncipe del teatro griego. Mandó con Pericles los ejércitos de la república y desempeñó varias embajadas. Compuso (dicen) 120 dramas, de los que nos han llegado siete: ganó el primer premio veinte veces, y en todos los demás concursos llevó el segundo y nunca el tercero.
a la edad de 90 años fue acusado por uno de sus hijos llamado Yofon (también poeta trágico) de que ya su vejez no le dejaba seguro el uso de la razón, y que según la ley debía ser inhibido de la administración del patrimonio. Presentóse el ilustre anciano en el tribunal para defenderse, y dijo: “Si soi Sófocles, no chocheo; y si chocheo, ya no soi Sófocles.” Y pidiendo licencia para dar una prueba de la firmeza de su razón, recitó una parte con un coro del Edipo Coloneo que acababa de componer (es el en que celebra la Atica), y admirados los jueces de la lozanía, vigor, sentido y belleza de aquella poesía, le absolvieron de la acusación y le acompañaron y llevaron en triunfo a su casa. Quizá esta ingratitud e insolencia de su hijo le ayudó para dar tanta sublimidad por lo fuertes y
patéticas a las escenas del mismo drama entre Edipo y su ingrato y mal arrepentido hijo Polínices. La Antigone mereció también tanto aplauso, que los atenienses obligados de su estimación le dieron el gobierno de Samos. Es verdad que sabía y podía desempeñarlo.
Fue tan amante de su patria, que habiéndole llamado algunos príncipes, a todos dio las gracias y no quiso salir de Atenas. Murió de 95 años de edad. Y como a la sazón estuviesen los lacedemonios fortificando la aldea o burgo de Decelia donde su familia tenía la sepultura, el rey Agis preguntó a los pasados quién era el muerto de tanto sentimiento en la ciudad, y sabiendo que era Sófocles, mandó un heraldo para que le trajesen libremente y le enterrasen con la pompa que merecía, suspendiendo entre tanto las armas. a la muerte de Eurípides (su discípulo y competidor) que precedió de cuatro años a la suya vistió luto riguroso como de un hijo o un hermano.
Son siete sus tragedias: Ayax, Electra, Antígone, Filoctetes, Las Traquinias o muerte de Hércules, Edipo Rey y Edipo Coloneo.

Eurípides. Hijo de padres humildes (su madre fue verdulera), nació el año 1.° de la olimp. 75 al tiempo que se estaba dando la batalla de Salamina y en esta misma isla. Por los historiadores sabemos que los atenienses al aproximarse los ejércitos de Jerjes retiraron las mujeres, los niños y los ancianos a aquella Isla y a Trecene. Dio al teatro 75 tragedias, de que han quedado 19. Llevó el primer premio 20 veces, y según A. Gelio solas cinco; las más el 2.° y algunas el 3.° Últimamente se retiró a la corte de Arquélao rey de Macedonia, por disgustos graves que tuvo en Atenas; y allí murió (dicen) despedazado de unos perros que le hicieron echar dos poetas cortesanos envidiosos del favor que tenía con aquel príncipe.
Los títulos de sus tragedias son: Hécuba, Orestes, las Fenisas (los hijos de Edipo), Medea, Hipólito, Alcestis, Andrómaca, las Suplicantes (las argivas), Ifigenia en Aulide, Ifigenia en Tauride, las Troyanas, las Bacantes, los Heráclidas, Helena, Ion, Hércules furioso, el Cíclope (drama satírico y el único que nos ha llegado de todos), y Reso, que no es suya. Digo que no lo es porque demas de haberlo dicho otros, nunca me lo ha parecido, ni tiene en su composición nada del uso de Eurípides, ni el estilo sabe a su escuela y gusto: es más grave, más heroico, y se parece un poco al de Sófocles. Por eso algunos la dan a su hijo Yofon. Por lo demás tiene muy poco mérito, ni hay arte ni composición ninguna. Es un episodio de la Ilíada.
Introdujo una novedad que gustó mucho al público, y fue la de los prólogos, poniéndolos casi en todas sus tragedias. Pero con esto se quitaba al drama el efecto de la sorpresa y la primera y principal comocion en las peripecias, pues desde luego se decía al espectador lo que iba a hacerse y sucedería. La comedia adopt después este uso según vemos en las latinas.
También se llamaba prólogo el principio del drama hasta que tomaba parte el coro como tal, y episodios lo que después había entre coro y coro; que viene a ser lo que nosotros llamamos actos. Con propiedad se llamaban episodios, pues quiere decir esta palabra, cosa añadida al canto, como que antes era toda canto la tragedia.
No citamos los demás trágicos porque ni lo merecen ni nos ha llegado nada de ninguno de los indignos sucesores de estos.

COMEDIA. Poetas cómicos (la tilde está entre ò y ó, es casi recta). Según Aristóteles no se sabe en donde nació la comedia, disputándose la gloria de su invención los dorios antiguos y los de Sicilia. Pero su perfección se debe a los atenienses. Comedia, quiere decir canto aldeano, por andar los primeros farsantes de aldea en aldea cantando lo que nosotros diríamos loas y mezclando un poco de representación a modo de sainete, embadurnándose la cara con heces de vino.
La comedia como se sabe tuvo tres edades: antigua, media y nueva, pero ya en su progreso y con algún arte, lo que debió al filósofo Epicarmo (siciliano por afición, aunque nacido en Cos), el cual floreció por la ol. 74, siguiéndole muy pronto Crates en Atenas.
La antigua es una sátira política y moral harto desnuda generalmente y siempre muy libre, pues sacaba a las tablas a los ciudadanos más conocidos con sus nombres y trajes, no pudiendo ser malo ninguno impunemente como dice Horacio en aquello de Eupolis atque Cratinus Aristophanesque poetae, &c., y vemos en las del tercero. Con todo, acostumbrados a esta censura, solían asistir al teatro los mismos contra quien se dirigía. Sócrates asistió a las Nubes, que es la burla más pesada que jamás se hizo de hombre en el teatro, y porque algunos volvían la cabeza a mirarle, se puso en pie muy sereno para que todos le viesen. Dicen que de allí salió ya condenado en la opinión pública para cuando fue juzgado. Puede ser: pero desde aquella representación hasta su acusación y muerte pasaron 24 años y nadie le dijo nada entre tanto. Eliano quiere decir si Aristófanes recibió dinero de los enemigos de Sócrates. ¡Cómo gustan los hombres pequeños de
calumniar a los grandes! Ni entonces tenía Sócrates enemigos fuera de algún sofista, ni en Aristófanes cabía tal bajeza; que era honrado, buen patricio, y hombre de mucho valor, de que dio pruebas casi increíbles, especialmente contra el demagogo Cleon, poniendo nada menos que su vida para atacarlo y destruirlo, todo por el bien de la república. Y contra Eurípides ¿quién lo pagaba? Su solo gusto, creyendo que el nuevo trágico rebajaba la dignidad de la tragedia. Sacó a Sócrates a las tablas porque lo creyó un embaidor, un impío, en una palabra, un sofista de mala ley y perjudicial de todos modos al bien público.
En las costumbres la comedia vieja es alguna vez obscena y grosera. Pero no hemos de atribuirlo a los poetas sino a la naturalidad no muy culta de las públicas entonces, no siendo aquel trato y conversación lo que son entre nosotros. Ni en aquella lengua ofenden tanto el pudor los nombres propios de las cosas.
Vinieron los treinta tiranos impuestos por los lacedemonios después de la desgracia de Egos-Pótamos donde los atenienses quedaron vencidos rematadamente en la guerra del Peloponeso; y de miedo a su sátira prohibieron el nombrar personas y ordenando que fuesen fingidas. Pero como los asuntos podían ser hechos verdaderos, aventuras que ocurrían en la misma ciudad o muy conocidas, no bastaba el disfraz de los nombres, y se mandó que todo fuese fingido. Quitados luego y además los coros a la comedia, perdió el instrumento más apropósito para soltarse en chistes y alusiones maliciosas como antes hacían.
Frínico, Eupolis, Cratino, Ferecrates, Aristófanes, Alexis; Calistrato y otros menos conocidos fueron los poetas de la comedia antigua después de Epicarmo, descollando entre todos Aristófanes, quien en virtud de la ley de la reforma y después del Eolo que se ha perdido y del Pluto que tenemos, compuesta ya algo más que al estilo medio, hizo el Cócalo (perdida también) que sirvió de modelo a la comedia nueva de Filemon y Menandro; siendo al todo 44 las comedias que dio al teatro, de que solo tenemos once.
Los títulos son: Los Caballeros (ol. 88), los Acarnenses, las Nubes, las Avispas, la Paz, las Aves, Lisístrata, las Tesmoforiantas, las Ranas, las Junteras, Pluto, (ol. 97). Mas los títulos regularmente se tomaban de las personas que componían el coro fuera de las que tenían nombre especial o como propio. Las Juntera eran las mismas mujeres (supuestas) de la acción, y no el coro. Los Caballeros, contra el ya citado Cleon, demagogo atrevido, poderoso, violento, feroz, vengativo, y con el mando del ejército, hombre a quien todos temían menos Aristófanes, que no encontró quien quisiera representarlo ni aun hacer la máscara o careta, y se la hizo él y lo representó y tomó su mismo papel o persona: las Nubes contra Sócrates, introduciendo un ciudadano rico, pero cargado de deudas por el despilfarro de su hijo; el cual va a casa del filósofo a que le enseñe a hacer superior la causa o razón inferior para burlar a sus acreedores; y allí sale Sócrates y sus discípulos y hacen y dicen cosas muy ridículas, impiedades, y cuanto se antojó a una imaginación como la suya: Las Avispas, contra la manía de muchos de querer andar de jueces en los tribunales: Las Ranas, contra Eurípides haciendo bajar a Baco al otro mundo a buscar un buen poeta trágico porque los que habían quedado no valen nada, y hace disputar a Esquilo y Eurípides: Las Junteras contra el sistema actual de gobierno y queriendo las mujeres apoderarse de él y hacer los bienes comunes &c.: Las Tesmoforiantas, contra Eurípides principalmente: en el Pluto hace recobrar la vista a este dios ciego para que dé las riquezas a los hombres de bien. En las demás generalmente se propone persuadir y obligar a los atenienses a hacer la paz y entenderse con los lacedemonios para no quedar destruidos todos, como al fin quedaron. (1)
(1) No ha habido sino otro poeta de tanto valor como Aristófanes para atacar a los poderosos con el peligro y riesgo que él lo hizo, y tan sin rodeos ni miramiento; y es el francés Bartelemi en su Némesis contra los hombres y los partidos que creía enemigos del bien público (1831-32). Tanta virtud con tanta poesía y elocuencia ninguno la ha tenido; solo ellos dos; solo ellos.
Después de Aristófanes adoptó la comedia los prólogos inventados por Eurípides, como vemos en las latinas imitadas de los poetas posteriores. Pero ¿cómo un poeta que se cree agraviado, o tal vez favorecido, no aprovechar la ocasión de vengarse, o de dar las gracias, &c.? Así es que en casi todas sus comedias se encuentra lo que llamaban Parábasis, y era convertirse el coro llanamente al público y decirle lo mismo que le diría en un prólogo. Y este entre-paso lo suele poner en aquel punto de sus comedias en que más favorable cree al público; y tal vez era un arbitrio para dar tiempo y preparar algo dentro. Aquí la impropiedad es manifiesta; los prólogos tienen el inconveniente que dijimos: pero el público de Atenas reparaba poco en esta impropiedad, en esta imperfección del arte; y comedia hubo (las Ranas) que solo por la parábasis se representó dos veces el mismo día, es decir, dos veces seguidas.
De los otros poetas nada nos ha llegado.
Los más distinguidos de la comedia de la segunda edad fueron Antífanes y Estéfano. Tampoco no tenemos nada de ellos. Pero según parece por los antiguos debían valer poco aquellos dramas tomados la mayor parte de la mitología y de la Odisea.
De la nueva fueron los más excelentes Filemon, Menandro, Dífilo, Filípides, Posídípo, y Apolodoro, de quienes solo nos han llegado los nombres y el sentimiento de haberse perdido obras tan perfectas y apreciables como debían ser por los elogios de los antiguos, por lo que vemos en las imitaciones de Plauto y Terencio, y por la filosofía y la gracia encantadora de algunos muy cortos fragmentos que se han recogido. Florecieron poco antes y aun algo después de Alejandro M. siendo Menandro el príncipe de todos ellos. Mas volviendo a Aristófanes, ya que es solo en la comedia de las tres edades, habremos de añadir a lo dicho, que es poeta elegantísimo, purísimamente ático y de mucha filosofía, aunque disimulada con el tono festivo que usa, haciendo que ni piensa ni cree ser filósofo, y pareciendo que solo trata de reír y de derramar el tesoro inmenso de sus gracias. Plutarco apesar de esto y de haber venido tantos siglos después, cuando ya ni rastro ni memoria quedaba de las costumbres de aquellos tiempos, compara la musa de Menandro a una honesta matrona, y la de Aristófanes a una desvergonzada ramera. Lo será en alguna escena de la Lisístrata, de las Tesmoforiantas, de alguna otra, pero no más, no sobre todo en el Pluto y otras, y menos en el Cócalo, que sirvió a aquel de modelo. ¿Vale algo el testimonio de Platon? Pues este dice que buscando las Gracias un templo eterno, lo hallaron en el espíritu o mente de Aristófanes. Y S. J. Crisóstomo lo revolvía y leía continuamente para aprender en él la facilidad y la pureza ática. Y en verdad que ni el uno ni el otro estarían tan enamorados de una 
desvergonzada ramera.

Algunos por querer decir mucho no dicen nada, y a Plutarco le sucede esto más de una vez. ¿Pues y un crítico del siglo pasado que sin poder leer a Aristófanes en su lengua porque no la sabía, se atrevió a decir que no es cómico ni poeta? No era español; conste esto al menos.
Ya se habrá entendido que la comedia antigua era principalmente política, y bajo este concepto mucho más útil. Y bien pudiera durar en su carácter primero quitándole el cinismo y la obscenidad de aquellas costumbres, que para nada necesitaba. Pero los treinta lo entendieron, y enseñaron a sus sucesores de todos los siglos. Quedaron tan mal avezados desde entonces los poderosos y magistrados, tan prontos a la venganza, que habiéndose atrevido Eupolis a aludirlos en una comedia intitulada los Baptas (contra una infame superstición nocturna), le ahogaron en el mar con alusión al mismo título, que puede interpretarse los Somorgujadores.

Mimos. Aun se puede referir al mismo origen de las fiestas de Baco otro género dramático, y fue el de los Mimos, especie de sainetes en prosa llana donde se introducían personas de la más baja plebe y se les hacían decir y hacer cosas dignas solamente de esta clase de gentes. Con todo ganó opinión de autor estimable de mimos un tal Sofron, natural de Siracusa y contemporáneo de Eurípides. No sé que nos haya llegado nada. Algunos creen que las Siracusanas de Teócrito son una imitación, pero tan decente como se ve, de los antiguos mimos.
¿Y por qué no se tomaría también de allí lo que llamaban Silos, sátira mordaz y personal en verso que se usó mucho, y es de creer que en las bacanales habría eso y cuanto cabe en este género?

Poetas heroicos. Se nombran tres: Pisandro, rodio, compuso una Heracleida de que nada queda si no es suyo el fragmento intitulado Hércules leonticida (cerca de 300 versos) que va con los idilios de Teócrito (olim. 30 - 40). Otros le atribuyen una Teseida: Paníasis, tío paterno de Heródoto, hizo otra Herácleida; pudiendo ser suyo y no de Pisandro el citado fragmento. Consérvanse aun otros. Antímaco, ya algo más tarde (olim. 90), jonio, autor de dos poemas que se han perdido, uno elegíaco intitulado Lide, y una Tebaida, en que después de 24 largos libros aun no había llegado a Tébas con el ejército.

HISTORIA. Historiadores. Antes de la historia como nosotros la entendemos hubo de haber otras cosas muy imperfectas como sucede en todo, y las hubo. Así es que se escribieron mitografías y litografías, que venían a ser unos cronicones informes, genealogías y tradiciones antiguas, fundaciones de pueblos, Dios sabe con qué verdad escritas. Hubo también de haber cantos populares de los hechos y proezas de algunos héroes, de los grandes sucesos, al modo de nuestros romances. Y con efecto se encuentran citados como logógrafos un Cadmo de Mileto, un Dionisio de Samos, otro de Calcis, un Arcesilao de Argos, un Hecateo de Mileto, y finalmente un Helánico de Mitilene ya de pocos años anterior a Heródoto. Y dicen que se conserva de ellos algún fragmento. Pero dejémoslos en su oscura y ciega antigüedad y vamos a los verdaderos historiadores.
Heródoto. Natural de Halicarnaso en el Asia (ol. 74, 1.°) fue el primero que escribió (propiamente y con método y buen estilo) la historia en prosa, habiendo hecho muchos viajes para recoger las noticias que necesitaba. Distribuyóla en nueve libros, a que después se dieron los nombres de las nueve musas. Usó el dialecto de su tierra, que es el jónico: y pareciéndole que su historia gustaría, se presentó en los juegos olímpicos y la leyó a aquellos pueblos tan entusiastas de sus glorias y de la belleza de las artes, y de tan buen gusto y juicio para la dulzura y armonía de la elocuencia y para conocer el mérito de toda composición literaria. No se engañó, y coronaron al historiador como a los vencedores en los juegos, que era el mayor premio que él podía desear y ellos darle. Porque aunque su historia es casi universal, pero su propósito es siempre y no se pierde
de vista referir las guerras de la Europa con el Asia, y más las últimas, dejándola en el punto de la mayor gloria de los griegos, que es en su victoria y triunfo definitivo contra los persas.

Tucídides. Dicen que se halló de quince años con su padre en Olimpia cuando Heródoto leyó su historia, y que lloró de envidia, y que aquel lo reparó y anunció lo que sería. No es muy de creer. Llamábase su padre Oloro, descendía de Milcíades, era hombre rico y natural de Atenas. El hijo no mereció distinción particular; solo el año 7.° de la guerra del Peloponeso mandó una expedición militar (me parece que para proteger a Amfípolís), y fue desgraciada; aunque no del todo por su culpa. Y sin embargo lo desterraron, promoviendo el decreto Cleon el de Aristófanes y perjudicándole quizá además su deudo con Cimon; eran cuñados.
Con este motivo y a los 47 años de edad se retiró a la Tracia en donde escribió aquella famosa guerra entre atenienses y lacedemonios, gastando mucho dinero, tiempo y diligencia en averiguar los hechos y ordenar los acontecimientos así como se iban verificando (hasta el año 21 de la guerra). a los veinte años se le levantó el destierro y volvió a su patria, donde se cree que murió (pues no se sabe de cierto) a los pocos años.

Jenofonte. Ateniense igualmente, continuó a Tucídides y llevó su historia hasta la batalla de Mantinea. Nació en la olim. 83, 2.°; fue discípulo de Sócrates, y no por filósofo menos dispuesto para las cosas de la guerra.
Pero la gloria de Jenofonte no se funda en el título de historiador por esa continuación de las guerras civiles de los griegos, pues cabalmente es donde menos se le estima por no haber compuesto propiamente una historia, sino unos comentarios, unas memorias secas, flojas, desiguales y faltas de noticias acerca de las personas. Dicen que la escribió de muy viejo, y así parece que debió ser en mucha parte según los hechos de que habla.
Sus obras son: la Ciropedia, o sea historia de la educación y vida de Ciro el grande; la Anábasis, o historia de la expedición de los Diez mil (griegos con Ciro el joven contra su hermano Artajerjes); los Memorables, que es, dichos, hechos, doctrina y método de Sócrates: Repúblicas de Atenas y de Esparta; Rentas del Atica: el Económico, tratado del gobierno y administración de una casa: el Hieron, diálogo entre este príncipe y el poeta Simónides sobre las ventajas y desventajas de la vida de un rey y la del simple ciudadano; el Banquete: dos tratados del Arma de caballería: otro de la Caza: un Elogio de Agesilao, y una muy cortita Apología de Sócrates, que algunos dudan sean suyas; y aun quizá con más razón las Repúblicas de Esparta y Atenas.
Hallóse de joven y por amistad con Ciro (el menor) a cuyo lado había pasado poco antes, en la ya citada expedición, debiéndose a su valor y prudencia la salvación de los griegos en aquella tan famosa retirada, escribiéndola después y habiéndose conservado para eterna gloria suya y para ejemplo de capitanes y modelo de escritores.
El rey Agesilao de quien fue amigo y con quien pasó otra vez al Asia hizo que los lacedemonios le señalasen o diesen tierras (habiéndolo declarado los atenienses desafecto o enemigo de la patria por esta segunda expedición); con que no volvió más a Atenas muriendo al fin muy anciano en Corinto, (ol. 105, 1.°)
Dicen que estando ofreciendo un sacrificio a los dioses le llegó la noticia de la muerte de un hijo en la batalla de Mantinea, y que se quitó la corona. Mas preguntando cómo había muerto, y diciéndole que como valiente, se puso otra vez la corona y continuó el sacrificio diciendo: ya sabía que lo había engendrado mortal. Cada uno tiene su gusto: en competencia de Jenofonte no ganarían mi amistad Sócrates, Platon, ni ningún filósofo o sabio de la Grecia.
Cítanse aun después de estos como historiadores de alguna cuenta, Ctesias, Filisto, Teopompo y Eforo, médico de Ciro el menor el primero, y viniendo los demás un poco más tarde, cerca de los tiempos de Alejandro. Se conserva de ellos muy poco o nada y no igualaron el mérito de los de arriba.

FILÓSOFOS. Asombra en Diógenes Laercio el catálogo de las obras que compusieron la mayor parte de los filósofos. Se han perdido casi todas, y no creo sean las que más debemos sentir, porque a vueltas de algunas curiosidades y sutilezas habían de contener muchas extravagancias, errores, vanidad, sueños y delirios. Bien que aquí más los consideramos como escritores que como filósofos.
De los primeros sabios nada nos ha llegado fuera de algunas cartas en D. Laercio, que tampoco no se pueden mirar como auténticas. Sócrates no escribió nada: pero propiamente en él empieza la filosofía que ha pasado los siglos hasta nosotros, pues de su escuela salieron los que difundieron su doctrina y de estos luego las escuelas en que después se dividieron y llenaron la historia de la ciencia casi hasta nuestros días.

Platon (n. ol. 87, 3.°) Profundo, vasto, elocuente, sublime a veces, y llamado el divino por antiguos y modernos, compuso muchas obras que las más nos han llegado. Usó el diálogo en ellas, y son sus mejores tratados los que intitula: Crito, Fedon, Apología de Sócrates, Timeo, Alcibíades, Yon, y algún otro. En el primero habla de lo que dijo e hizo Sócrates en la cárcel hasta que tomó la cicuta y se despidió de sus amigos: en el segundo de la inmortalidad del alma:...
Tiene tratados de leyes, de política, de historia, de retórica, de filología, de mil otras cosas que le ocurrió escribir, y atribuye su doctrina a Sócrates casi siempre. En el fondo y en muchas cosas lo era, más no en todas, pues habiendo aquel leído uno de sus diálogos
(Lisis, sobre la amistad) dijo: (¡oh! y cuánto finge de mí, cuánto me achaca este mozo!
Y si hubiera visto la Apología, que yo dudo sea en todo la misma que dijo, aun quizá se hubiera admirado más. No es otra cosa que una jactancia continua, y como un reto al tribunal y al pueblo en términos tan poco modestos, que a no ser ángeles o poco menos habían de ofenderse, y el condenarlo era ya imediato.
Su filosofía tiene por fundamento de razón y principio general las ideas preexistentes, que sin embargo no son las inatas de nuestras escuelas del siglo pasado: de cuyo dogma y su mal entendida reminiscencia era consiguiente el error de que el hombre (y así explicaron después algunos el desorden moral, y más la miseria a que está sujeto desde el nacimiento) había tenido otra vida antes de esta; lo que nos conduce a la historia y luz, como ya antes a la necesidad de nuestro dogma del pecado original, sin el cual no hay razón ni seguridad en ninguna doctrina.
Con todo en el Fedon hace decir a Sócrates, que el verdadero filósofo debe persuadirse que la pura sabiduría no se puede alcanzar aquí, sino en la vida que vendrá después de la muerte. (La poseemos ya aquí los cristianos, la tenemos revelada.) Admite los démones (genios, ángeles, espíritus) intermedios e internuncios entre los dioses y los hombres: y mira como dogmas ciertos (con los antiguos) el dar cuenta de nuestras obras en la muerte, y el consiguiente premio de los buenos en la otra vida y el castigo de los malos. También dice en el Timeo: “El hallar (conocer) al Hacedor y padre de todo este mundo es obra (difícil); y después de hallarlo, no se puede publicar... Digamos la causa porque el que lo hizo constituyó el origen (o generación) de las cosas y de todo este universo: era bueno, &c.” ¿Qué más podía hacer la razón humana?
Su estilo es alto, pomposo, y se va un poco a poético. a Ciceron lo tenía enamorado, así como otros quizá lo hallarán impropio.
Enseñaba en los jardines que fueron de un tal Academo, y de aquí el nombre de Academia y de la secta o escuela académica.
Fue aficionado a viajes, bien que por instruirse, y esto después de haber oído a Sócrates desde los 20 años a los 30. Estuvo en Cirene, y después en Egipto donde oyó a los sacerdotes relaciones maravillosas que él pone después en sus diálogos: también fue a Italia, luego a Sicilia a la corte de Dionisio; y solía ir (si podía) a los juegos olímpicos. Era modesto, sin afectación en sus costumbres y trato; y murió de 81 años en Atenas, siendo enterrado en la Academia.

Jenofonte. Ya hemos hablado de él como historiador. Todas sus obras pueden mirarse como filosóficas, aun las tácticas o militares, pero las hay de este único y exclusivo carácter. Menos elevado que Platon, menos profundo y vasto, pero más práctico y ceñido, templado siempre, sin alardes de la imaginación, y tan puro y tan dulce en su estilo, que le llamaron la Abeja y la Musa ática.
Diógenes Laercio y A. Gelio dan a entender si entre él y Platon hubo alguna envidia secreta, observándose que este no le nombra nunca en sus diálogos, nombrando a todos los discípulos de Sócrates y siendo el que más valía; y él a Platon le nombra una sola vez y aun de paso en los Memorables. Digna es de respeto la memoria de Platón; pero Jenofonte no era envidioso, sino al contrario, noble, generoso y magnánimo, pues (entre otras pruebas) habiendo parado en sus manos el manuscrito de la historia de Tucídides, en vez de sepultarlo, o aprovecharse de su trabajo y refundiéndolo darlo por suyo como han hecho muchos en igual caso, lo publicó inmediatamente con el nombre de su autor.
Y en fin Ateneo dice sin rodeos (lib. XI, cap. 21, 22) que Platón era envidioso, y puede ser que lo pruebe.
Sus obras puramente filosóficas o morales son: los Memorables o comentarios de los hechos y dichos de Sócrates; o más bien de la filosofía, carácter, virtudes, doctrina y método de aquel gran maestro distribuidos en cuatro libros y estos en capítulos. Al mismo tiempo fue su propósito defenderlo de las acusaciones de sus enemigos y confundir a estos y a los jueces que le condenaron, y al pueblo con ellos, y avergonzarlos a todos; lo que logra tan cumplidamente, que de ninguna obra de sus discípulos hubiera quedado Sócrates tan satisfecho y obligado. El Económico: el Hieron, y el Banquete, en forma de diálogo todas.
Cebes. Tebano, condiscípulo de los dos anteriores. Compuso tres obras o diálogos de los cuales se conserva uno, que es la Tabla o el Cuadro. Se reduce a la explicación de un cuadro de pintura muy ingenioso que supone estaba en un templo de Saturno y representaba la vida y fin del hombre según sigue la virtud o el vicio, tomando la idea de Hesíodo en lo que dice que el camino de la virtud es al principio áspero, &c. Su estilo es sencillo, claro, y con cierta elegancia y suavidad que lo hacen muy gustoso.

Aristóteles. De Estagira en Macedonia (nació olim. 99, 1.°) el discípulo más aventajado de Platón a quien oyó veinte años seguidos desde los diez y siete que fue a su escuela: maestro y amigo de Alejandro cuyo nacimiento le participó Filipo en una carta de pocas líneas, pero tan digna del uno como del otro.
Escribió tanto, que sus obras formaban cuatrocientos volúmenes o tratados según los antiguos; y aunque se han perdido muchos, se han conservado bastantes para que no le iguale ningún otro escritor de aquellos tiempos. La Poética nos ha llegado falta en mucha parte, pues tenía dos libros, y aun mutilada en algunos lugares de lo que tenemos. La Retórica pequeña dirigida a Alejandro dicen que es de Corax, siciliano, o de Anaxímenes de Lampsaco, amigo también y compañero de aquel príncipe con Calístenes en sus guerras del Asia. Y será de alguno de ellos, porque es imposible que Aristóteles escribiese una carta (al enviarle su obra) tan pulida a lo sofista, y más tan larga y casi pesada.
Ya no usó el diálogo de la escuela anterior, ni la ironía y circumloquios cerrados de Sócrates, sino que escribe en discurso recto, definiendo, estableciendo principios &c. Su estilo es cortado generalmente, conciso, enérgico, fuerte y aun claro cuanto lo sufren las materias. Con todo habiéndosele quejado Alejandro de que hubiese publicado lecciones que debieran quedar reservadas para ellos y así valer más que los demás, le respondió que sí las había publicado, pero que hiciera cuenta que no estaban publicadas, pues no las entenderían sino los que se las hubiesen oído explicar a él de viva voz.
A. Gelio es quien nos ha conservado estas dos cartas, que por cierto son dos modelos de aticismo, o sea de concisión y gracia: solo tienen la una cinco líneas, y la otra cuatro. Su libro más claro, más completo y mejor conservado es la Retórica, la cual no pertenece a las lecciones que sentía Alejandro hubiese publicado, llamadas acroáticas, y que se reservaban para los más dignos discípulos, sino a los ejercicios que llamaban exotéricos, y a que se admitía a toda clase de oyentes, siendo como lecciones públicas. También fue poeta, y no despreciable a juzgar por el Escolio ya citado y por los Epitafios de los héroes de Homero, que es lo que de él se ha salvado.
Murió en Calcis (de Eubea) dos años después de Alej. M. (Alejandro Magno) tomando acónito por librarse de una causa o acusación de impiedad.
Solía explicar paseando, y de aquí (peripatein) se llamó su escuela peripatética. Su fundamento o principio general en lógica (ciencia que él solo enseñó como arte y como ciencia) son las ideas adquiridas por los sentidos: toda su filosofía la dividió en dos partes generales, práctica y teorética o contemplativa, acertando (a mi juicio) con el verdadero método de escribir y de enseñar, aunque recargándolo quizá un poco.
Platón eleva el alma del lector, lo llena de admiración, lo tiene suspenso y embelesado, pero al fin lo deja cansado y no pocas veces frustrado, o por lo menos dudoso: Aristóteles al contrario, no lo saca fuera de sí, le enseña, le da luz desde la primera línea, no le turba la imaginación; y si le cansa, es de tanto como le hace ver y a culpa suya que no ha tomado sus lecciones con discreción y tiempo.
Platón escribió sus Diálogos de la república; Jenofonte su Ciropedia o idea de un Príncipe perfecto; y Aristóteles sus Políticas; los tres con el mismo propósito o muy semejante.
¿Cuál de ellos puede ser más útil? Todos lo son mucho; pero distinguiéndolos de algún modo, diremos, que para enseñar, Aristóteles; para meditar, Platón; para amar la virtud, Jenofonte. Añadiendo únicamente que Platón algunas veces más imagina y pinta como poeta, que discurre y juzga como filósofo. De aquí el cuento absurdísimo de la raza andrógina, y otros.

Teofrasto. Natural de la isla de Lesbos. En el número de obras casi igualó a sus maestros Platón y Aristóteles. Y habiendo éste dejado su cátedra, la ocupó él y acudieron a oírle hasta dos mil discípulos. De conversación y trato muy amable, y de habla tan dulce y suave, que llamándose antes Tirtamo, le mudó Aristóteles el nombre en Teofrasto, que quiere decir habla divina. Las obras que de él se conservan son un tratado sobre las Plantas, heredando de su maestro la afición a la historia natural; y los Caractéres, que es
una sátira en prosa donde pinta al vano, al irónico, al adulador, al necio, &c.; en estilo muy puro, gracioso y festivo. Lástima que nos haya llegado incompleta y aun lo poco mal conservado.
De la escuela de Sócrates, como se ha visto, salieron las dos grandes escuelas académica y peripatética o sus fundamentos; y de ellas los de todas las sectas en que se dividió la filosofía. Antístenes, discípulo antes de Gorgias y teniendo ya un auditorio numeroso como maestro, se hizo discípulo de Sócrates, para fundar después la secta cínica; a la que tanto nombre dio luego Diógenes y de la cual fue como una reforma la estóica fundada por Zenon, cítico (Chipre), discípulo de Polemon, Jenócrates y Crates que lo fueron de Platón &c. Porque el otro Zenon de Elea fue antes (olimpiada 60) habiendo sido hijo adoptivo y discípulo de Parménides el pitagórico, y el primero que escribió de dialéctica. Mas todo esto pertenece a la historia de la filosofía, como la parte que antes tuvieron en ella los sofistas y los sabios, y no entra en el propósito de esta obra.

ELOCUENCIA. Oradores. También a la verdadera elocuencia precedió lo que la iba preparando; a saber, pruebas, conatos, y una sofistería que ha dado nombre a sus profesores, los cuales juntaban la filosofía y lo que caminaba a ser elocuencia. Cítanse entre los sofistas más conocidos Protágoras de Abdera, que fue el primero que tomó este título y quiso significar así como sabio universal (ol. 74): Pródico de Ceos y Gorgias de Leoncio en Sicilia. Profesaban saberlo todo y disputar de omni scibili; y con sutilezas y argumentillos hacer superior la causa inferior en los tribunales y dondequiera; que es lo que atribuyó Aristófanes a Sócrates, teniéndolo por un sofista embustero y engañador. Pues todavía hubo de ellos quien allegó caudales increíbles con ese arte o sea con su enseñanza, porque al fin también enseñaban la filosofía allá a su modo; y es que tenían algo de bueno como dice Ciceron de Gorgias, y de su escuela procedió la verdadera elocuencia, en la cual brillaron muchos atenienses después, distinguiéndose entre todos los que por excelencia se llaman los diez oradores.
Fueron estos: Antifon, Lísias, Andócides, Isócrates, Iseo, Licurgo, Hipérides, Dinarco, Esquines, y Demóstenes.
Si hubieran dejado algo escrtio (escrito) se les podrían juntar Focion y Démades que fueron elocuentísimos. Del primero dijo Demóstenes estando en la tribuna y viéndole venir: ahí viene el martillo y el hacha de mis discursos. Y Demetrio Falerco debe ponerse después y muy inmediato a ellos porque fue el último grande orador de Atenas y en quien comenzó a degenerar la elocuencia y como a volver al gusto de los sofistas.
Gobernó diez años a Atenas por Casandro, y aunque con justicia y moderación hubo de huir a la muerte de su protector, y se fue a Ejipto.

Antifon. De Ramnunte, aldea del Atica, (n. ol. 75, 1.°) maestro y amigo de Tucídides, llamándose aun sofista: fue el primero que llevó dinero por los discursos que escribía (para los tribunales) y por esto notado de codicioso. Padeció no sé qué destierro, y no gozó con todos opinión de buen ciudadano; y lo que refiere de él Jenofonte (Mem. I, 6,) no lo hará pasar por filósofo ni por modesto.

Lisias. Nació en Sicilia (olim. 80, 4.°) y trasladado de muy joven a Atenas con su padre, y apesar de su honradez y aplicación, de su crédito como orador y de servicios importantes al estado, no pudo conseguir el título y derechos de ciudadano quedando siempre en la clase de metoico (vecino sin aquellos derechos y sujetos que estaban a algunos vejámenes). Después mudaron tanto los atenienses, que concedieron la ciudadanía a un tal Aristónico, de Caristo en la Eubea, solo por su destreza en el juego de la pelota (con quien solía jugar Alejandro Magno); y no contentos con esto le levantaron una estatua. ¡Qué significarían ya pues estos honores! ¡Qué diferencia!
Padeció mucho bajo la dominación de los Treinta: vio morir indignamente a un hermano que tenía; él robado y preso, y destinado al mismo fin, pudo fugarse. Volvió con Trasíbulo a quien ayudó mucho en la empresa.
Tiene un tomo regular de oraciones que no todas son enteras: hay epílogos y otras partes, repartiéndoselas en una misma causa alguna vez los oradores.

Andócides. Buen orador, mal ciudadano, delator falso, hombre sin ninguna (niguna en el pdf) virtud, hubo al fin de desterrarse de Atenas viéndose despreciado y aborrecido de todos. Se conservan de él cuatro oraciones, que las dos últimas hay quien se las disputa. Yo por mi parte no se las quito. Estubo envuelto como Alcibíades en la famosa causa de los Hermes o estatuas de Mercurio que amanecieron mutiladas, y se libró acusando a otros (inocentes dicen) de aquel hecho. En la primera oración se defiende, y habla de modo que hasta hombre de bien parece. Es la mejor, y realmente hay en ella elocuencia. Con todo, así de este como de Antifon, Licurgo y Dinarco, dice Dionisio de H. que son muy inferiores a los otros seis.

Isócrates. (n. ol. 86, 4.°) Gran retórico, buen ciudadano, buen amigo, hombre honrado, discípulo de Gorgias y Protágoras, y maestro muchos años de toda la juventud más florida de Atenas. Tenemos de él 21 discursos. No dijo ninguno en público, no atreviéndose por falta de serenidad y de voz; y se dedicó a filosofar, como él dice; esto es, a meditar y escribir oraciones para ejercitarse y leerlas a sus amigos y discípulos; algunas también para enviarlas a quien se las pedía, y algunas las dirigía él mismo a príncipes y otras personas que nada le pedían. Llevaba a sus discípulos cien minas o diez mil dragmas por enseñarles toda la retórica; lo mismo que el filósofo Zenon a los suyos.
Con esto se hizo muy rico, y le obligaron a ser trierarca (a equipar una galera de su cuenta, que era con lo que contribuía la primera clase de ciudadanos en caso de guerra). Conservó la salud y el uso de sus facultades intelectuales hasta los 96 años, que al saber la rota de Queronea se dejó morir de hambre.

Iseo. Discípulo del anterior y maestro de Demóstenes, inclinado a la vida privada, no habiendo hablado nunca en público (en la tribuna) que se sepa, sino en los juicios o tribunales y en causas privadas. Son once los discursos que nos han llegado, y todos versan sobre la sucesión y derechos de familia. Por cierto que es curioso ver la imperfecta legislación de los atenienses en este punto, y los casos que continuamente ocurrían.
La mayor dificultad solía ser acreditar y probar la identidad de las personas.

Licurgo. Buen patricio. Solo se conserva una oración (si es suya), y es una acusación contra un ciudadano que abandonó su patria en el conflicto que los puso la desgraciada batalla de Queronea. Tenía razón. ¿Cuándo necesita más la patria del auxilio y cooperación de todos los ciudadanos?

Hipérides. Amigo de Demóstenes y perseguido con él por Antípatro después de la batalla de Cranon (otra 2.a Queronea), muerto como otros de orden de este feroz gobernador de Macedonia y de las cosas de la Grecia por Alejandro, sacándole antes la lengua. Me conformo con Libanio que le atribuye la oración contra Alejandro sobre la violación de un tratado en Mesenia; aunque suele ir con las de Demóstenes. Es vehemente como este, pero algo seco: no se pueden equivocar.

Dinarco. De Corinto, y pasando a Atenas se declaró a favor del partido macedónico después de la muerte de Filipo; y a pesar de eso y quizá por eso condenado a muerte con Focion por Polisperconte sucesor de Antípatro, víctimas los dos más bien de la ceguedad de aquel pueblo, donde ya prevalecía un partido ya otro. ¿Qué es un pueblo cuando funda su conservación e independencia, o sea su existencia política, en la protección de los estrangeros? ¿Quién puede en él ser buen patricio, aun casi honrado, si alza alguna figura, sin un continuo peligro? Se conservan de él dos o tres discursos.

Esquines, hijo de padres pobres, y a lo que dice Demóstenes iniciadora su madre de no sé qué supersticiones de Baco, y su padre pasante en una escuela de niños; nació el año 3.°, de la ol. 96, y perteneció de muy joven a un cuerpo militar destinado a recorrer y guardar la frontera, habiéndose hallado después en muchas funciones de guerra donde por su valor mereció grandes elogios y aun ser coronado, distinguiéndose particularmente en la batalla de Mantinea. Parece que el valor era propio de su familia, pues también su padre fue buen soldado, el cual vino a pobreza por haber perdido sus bienes en las guerras de la república, siendo de los pocos valientes que acudieron al castillo de Fule y a Trasíbulo contra los Treinta. Después fue notario del registro público, empleo de poco honor entonces; y a los 30 años de edad se dedicó a la tribuna y a la política, donde por mucho tiempo fue el primer orador de Atenas, llamándole el divino por la facilidad con que hablaba bien de cualquier asunto lo mismo de repente que de pensado. Acusado por Demóstenes en la causa de la Embajada, se defendió tan bien, que fue absuelto; pero vencido en la de la Corona y por no pagar la multa estimada, que eran mil dragmas (creo que se debe leer diez mil) se retiró a Efeso, y después de recorrer algunas ciudades y la Tróade, a la isla de Rodas, en donde a instancias de los principales, que hicieron le diese el pueblo casa y tierras, abrió una escuela de elocuencia que duró ya muchos siglos; como que aun en tiempo de Cicerón iban los romanos a Rodas a estudiarla, no hallando en Atenas sino la retórica (que no es lo mismo) y la filosofía.
Ha sido muy calumniado de antiguos y modernos, pudiéndose creer, y lo más, que recibió algo de Filipo de Macedonia; y esto porque lo dice Demóstenes y lo han repetido por él infinitos otros, sin ninguna prueba todos ellos. Lo cierto es que en su destierro estaba más pobre que antes, y por nada o poca cosa no se hubiera vendido a aquel príncipe: ni tuvo tierras en Macedonia ni otra parte, como los que se sabe que le sirvieron en lo que de él se murmuraba. Por lo que de sus oraciones y cartas podemos inferir fue atento, jovial, muy bien hablado, filósofo y de corazón noble y magnánimo. Ni conoció la envidia literaria, la más ruin, la más vil y poderosa en el corazón del que la padece. Bien sabido es lo que dijo cuando sus discípulos de Rodas le pidieron les leyese las dos oraciones de la corona: rasgo que no se cuenta ni se verá quizá de ningún rival, y más vencido como él se via. Estos son hechos: lo demás es parcialidad y calumnia.
Tenemos de él tres oraciones que los antiguos llamaban las tres gracias: una contra Timarco, auxiliar y compañero de Demóstenes en lo de la Embajada, el que dicen se ahorcó de desesperación de verse condenado, y dejó solo a Demóstenes en aquella causa: la de defensa propia en esta acusación: y la de la Corona contra Demóstenes, en que fue vencido: y doce Cartas, tres de ellas al senado y pueblo de Atenas, una a Ctesifonte su enemigo y de su familia, y las demás a sus amigos.
Dicen algunos que muchas cartas de las que nos han llegado de los antiguos no son auténticas, sino meros ejercicios que los retóricos daban a sus discípulos.
He leído con cuidado las de Esquines, y no pueden ser sino suyas; porque es su mismo carácter, su mismo estilo, su misma naturalidad y gracia, y hay allí cosas que solo él podía decir, y algunas solo él saberlas.
Su muerte se cuenta de dos modos: unos dicen que fue tranquila en Samos; otros que le alcanzó también la Ira de Antípatro, y es lo que más visos tiene de verdad y lo que se cree más generalmente.

Demóstenes. Nació ol. 99, 4.°, de un herrero según la sátira, o de un dueño o poseedor de ferrerías, según la verdad, y no es lo mismo. Ello es que su padre fue hombre rico y dio a su hijo una educación esmerada. Pero quedó huérfano muy pronto, y sus tutores y curadores le destruyeron el patrimonio y él se crió en el vicio o enteramente descuidado, hasta los diez y ocho años de edad que emancipado y entrando en la posesión de sus bienes acusó a sus tutores y los hizo condenar, aunque no pudo recobrar sino parte de lo perdido. Era un poco tartamudo, y con una aplicación y constancia increíbles corrigió ese y otros defectos naturales, logrando ser en la pronunciación y en la acción tan perfecto como en la composición de sus discursos.
Su carácter no fue de un héroe ni de un filósofo, por más que Plutarco, Luciano y otros antiguos nos le hayan querido dar por otro; sin duda por verificar en él también la definición del orador en las escuelas (desde Catón), Vir bonus dicendi peritus, que tan cumplidamente llenó Cicerón con quien suelen compararlo.
Pero si como orador no tuvo igual, como hombre no llegó con mucho a esa alabanza. Fue aficionado al dinero, miró poco alguna vez por su honor y le sucedieron casos de mucha ridiculez y mengua. Hasta se creyó que recibió dinero del rey de Persia por oponerse a Filipo, que ya allá se temían de aquel nuevo poder y de aquel espíritu en componiéndose con los griegos. Esquines se lo echa en cara, y él no contestó nunca; y me parece que esto prueba más que todo lo que se les antojó decir a sus defensores sin prueba ninguna y después de tantos siglos. Y en fin se asegura que Alejandro encontró en Sardís cartas suyas a los vireyes del Persa, y la nota de las cantidades que le habían dado. Pensó si lo mandaría castigar, y lo dejó haberse compuesto y transigido en todo con los atenienses. Muerto Alejandro, volvieron los griegos a tomar las armas y alzarse; pero vencidos por Antípatro en Cranon concedió la paz a los atenienses con la condición entre otras de entregarle diez o doce personas, en ellas a Hipérides y Demóstenes, y este huyendo y no pudiendo al fin escapar, tomó veneno que llevaba, acordándose de lo que había oído a Platón de la imortalidad del alma.
Así mismo fue tan cobarde en el campo de batalla como atrevido en la tribuna; y en Queronea tiró las armas y echó a correr de los primeros sin embargo de ser el autor y promovedor de aquella guerra contra Filipo, y contribuyendo quizá con su ejemplo a que todo se perdiese (1).
(1) Démades, orador no menos exaltado que Demóstenes, cayó primero en ella, y fue tan bien tratado de Filipo, que le hizo comer con él y sus generales. Hablóse de la batalla sobre mesa, y diciéndole Filipo: ¿qué se ha hecho, Démades, el valor y las baladronadas de los atenienses? le respondió con esta finísima lisonja, volviendo por el honor de su nación al mismo tiempo: “Si Cares hubiera mandado a los macedonios y Filipo a los atenienses, ya hubieras visto lo que eran estos”. Con todo solía decir, fuera de eso, que los atenienses de su tiempo eran como los instrumentos de aire, que quitada la lengüeta ya no sirven para nada. Lo que Esquines aplicaba especialmente a Demóstenes. Fue barquero de oficio, y sin ningunos estudios llegó casi a igualar a aquellos en la elocuencia política. Y preguntándole en una ocasión quién había sido su maestro, respondió: la tribuna. Después fue ya todo de Filipo.

Yo siento no poder decir cosas más dignas de un hombre de su fama, porque me ha dado muchos buenos ratos con sus oraciones; pero mi máxima es o callar o decir la verdad. Su historia moral está en las oraciones de Esquines, y aquellos hechos, aquellos rasgos característicos nadie los negó entonces, ni el mismo Demóstenes con todo su denuedo y el favor actual tan preparado del pueblo, quedando en la opinión de todo hombre sensato por un demagogo impudente, que por una parte decía que la Pitia filipizaba, y por otra fingía sueños o revelaciones de Júpiter y Minerva, como en la muerte de Filipo. (Sin otras cosas y además de todo lo que se ha dicho).
Se conservan muchas oraciones, siendo las principales y más notables por su elocuencia arrebatadora, que siempre se leen y se leerán con gusto, aun con entusiasmo, las dos ya citadas contra Esquines, siendo la de la Corona la más grande y sublime entre todas, y las siete contra Filipo llamadas Olintíacas y Filípicas. De la cuarta de estas hay quien ha dudado. No dudaré yo: es tan suya como las otras. Ni hubo jamás en Atenas un orador capaz de decir aquello mismo ni del mismo modo que se dice, eco y frase constante de sus demás oraciones. Sino que como en ella propone que se envíe una embajada al gran Rey, contra quien al fin revolvería Filipo, esto parece confirmar que efectivamente recibió dinero de aquel; se le quiere librar a todo trance de esta acusación y nota. Pero habiéndolo recibido de cuantos quisieron comprarlo, como de los litigantes entre sí contrarios, de un Midias, que le abofeteó en el teatro, y de los enviados de Mileto, que hoy se les opone en la tribuna, y mañana se presenta con la angina y el cuello fajado para no poder hablar (porque por la noche le habían llevado un talego); no debe ser eso reparo para creer suya esta oración; ni el ser tan fácil al soborno puede perjudicar a su crédito de orador, que es a lo que vamos principalmente, aunque sintamos lo otro. Además en la oración de las Symmorías se opone a que la Grecia declare la guerra al rey de Persia hasta que se vea en él alguna hostilidad más directa y manifiesta. Conque si algo podía decir aquello, también y más claro lo dice esto.
Sin embargo estaba muy disimulado el móvil secreto de su antifilismo; parecía celo, todo se presentaba honesto, y recogiendo su conciencia podía invocar el honor (como lo hacía) y acusar de traidores a los parciales del macedonio, llevar de tribuna en tribuna la independencia de la Grecia, entusiasmar a aquellos pueblos y arrastrarlos al fin a una guerra que duró poco y terminó tan desgraciadamente en Queronea.
Y si para ser solo interés hizo mucho, añádase el empeño tomado y ya público, añádase la rivalidad, la competencia y la oposición de los hombres y de los partidos, que llegó entonces a su último punto, y se tendrá otra razón tan poderosa como ha sido siempre.
Rivalidad de Esquines y Demóstenes. Bastaría por causa la gloria de aquel y la envidia de este antes de ser el primero en Atenas: pero tuvo otra más particular y determinada, y fue la que refiere Esquines en la oración de la Embajada. Fueron los dos de embajadores con seis ciudadanos y dos de los aliados a tratar de la paz con Filipo después de la guerra de Olinto; y habiendo tenido que ir dos veces a Macedonia, las dos quedó mal Demóstenes: la primera se perdió de su discurso meditado, turbándose de modo en la audiencia, que no pudo continuar por más que lo alentó Filipo, y viniendo a parar en esto los grandes chorros de razones, que por el camino dijo llevaba prevenidos para confundirlo; y la segunda aduló tan baja e indignamente a aquel príncipe, que se corrieron todos, y aun se corre uno ahora de decirlo, habiendo grandes risas, tapándose muchos la cara, y levantándose poco menos que silvidos (según se infiere de la relación) lo mismo de macedonios que de atenienses.
Tomó luego Esquines la palabra, y después de volver por el decoro de la embajada, supo con su prudencia y natural despejo satisfacer en todo a Filipo y este firmó la paz y ofreció su amistad a los atenienses, pero mereciéndole Demóstenes el más alto desprecio por su vileza. De aquí el romper este abiertamente y dar rienda a su profunda desesperada envidia. Siendo de notar que Esquines, según él, se dejó sobornar de Filipo en esta última ocasión y no antes.
Mas prescindiéndose de esto o mirándolo todo de otra manera menos desfavorable, podemos considerar a los dos grandes oradores levantados en la tribuna de Atenas, la primera del mundo, luz entonces del mundo, el uno dando lugar con su prudencia a los nuevos acontecimientos, y el otro queriendo detenerlos para volver los buenos siglos de la Grecia que habían traspuesto para siempre. Este mirando al tiempo pasado y al presente; aquel al presente y al futuro. El uno invocaba la gloria, voz perdida y sombra de lo pasado; el otro cedía a la necesidad deseando mejores días. El uno iba a los cementerios a evocar almas que no le oían; el otro decía a los vivos que venían otros hombres más poderosos y de estrella más feliz para nuevos destinos de todos. Y era verdad. Milcíades, Temístocles, Arístides, Leonidas, Cimon y Agesilao habían muerto con
sus héroes; Filipo y Alejandro venían con los suyos a ocupar su lugar y terminar su obra. Por ellos fue definitivo el triunfo de la Europa contra el Asia; y destruidas la Grecia y la Persia la una por la otra y aun por sí mismas, se lanzó allá Roma para absorber todos los antiguos reinos de la tierra y reinar sola y ser sola señora del mundo.

Nota sobre el rey Filipo.

Quise quitar estas noticias por ser una prolijidad, un comentario que propiamente pertenece a las explicaciones de la cátedra. Pero como servirá mucho para entender mejor las obras de estos mismos oradores y otros, para conocer su espíritu y para ver la razón de muchos acontecimientos importantísimos de aquel último periodo de la Grecia, me ha parecido que se podrían dejar, aunque separadas así como cosa no obligada.
Es pues de saber que Filipo no fue como nos lo pintan algunos antiguos, ni se proponía otra cosa que ser gefe de los griegos, su generalísimo contra la Persia, y no esclavizarlos, como decía Demóstenes y todos los del partido antimacedónico; porque al fin pudo hacerlo y no lo hizo, contentándose con aquel título y nombramiento, habiéndose ya hecho admitir antes en el gran consejo de los Amfictiones (circumfundadores, circumpobladores), que era solo derecho de los doce antiguos y puros pueblos griegos, y en cuyas juntas se trataba de lo perteneciente a la religión y de interés común de todos (a).
(a) Los pueblos de derecho amfictionio eran: los tésalos, los beocios, los aqueos, los dorios, los iones, los perrebos, los magnetes, los lucros (o loeros, este pie de página se ve mal, los eteos, oteos), los fliotas, los maleos y los foceos, a quienes fue sustituido Filipo. Los atenienses eran los iones o jonios, unidos con los de las islas de *Nasos, Ceos y otras que fueron colonias suyas; y los lacedemonios los dorios. Dicen que no siempre fueron los mismos pueblos. Cada uno enviaba dos diputados que llamaban pytágoras, y el voto era igual en todos. Si se convocaban en primavera tenían la junta en Pylas (Termopilas); si en otoño, en Delfos.
La Macedonia no estaba admitida porque apenas se reputaba por estado griego sino allá bastardamente, y esta era una dificultad muy grande. En todo pensó Filipo, todo lo meditó y todo lo allanó con su valor y su prudencia.
Con verdad se ha dicho que sabía ser raposa y león, porque esto compendia y difine su carácter. Es decir, que se valía de ardides para vencer y dominar; y si no bastaban ardides, echaba mano a la espada y nada le resistía. Con su tesoro ganaba a los hombres de influjo en las repúblicas, seducía a los poderosos, se facilitaba agentes; pero también con la espada cortaba todos los nudos que le formaban y no admitían otro desenlace.
Además los griegos entonces ya no eran griegos, y los atenienses menos, siendo el mismo Demóstenes su tipo, que es habladores y elocuentes, pero corrompidos y cobardes. ¿Cómo pudieran ni supieran ser libres, cuanto más jefes de nadie, hombres tan degenerados? Así lo entendió y pensó el gran Focion que valía más (él solo) que toda aquella pandilla de cobardes y alborotadores: así lo entendieron y pensaron lsócrates, Dinarco, Esquines y todos los hombres prudentes y de más valía en Atenas. ¿a qué los disimulos y rodeos de Plutarco y otros antiguos, y también de muchos modernos que se entusiasman por una sombra?
Porque ya en aquel tiempo la cuestión era naturalmente si había de ponerse a la cabeza de los griegos un rey de Macedonia con sus aguerridas falanges veteranas contra el enemigo común, como a Filipo le escribía y exhortaba Isócrates, o sufrir ser amenazados y despreciados de aquel (habiéndole enseñado Conon contra Agesilao el secreto de burlarse de los griegos, que era el soborno y la intriga), y continuar aquellas repúblicas tendidas en el fango y la ignominia con guerras de oposición y recuerdos vanos, de zelos inútiles, y ya de vengancillas, para mantener en el ocio y la abundancia unas docenas de bulliciosos demagogos llenos de vicios y de orgullo que de cuando en cuando se repartían los miles de ballesteros de oro que solían venir de Persia y que dijo ya Agesilao le habían obligado a salir del Asia en número de treinta mil que contra él se habían enviado a los oradores de Grecia. Porque uno dice la historia de la verdad, otro la pasión y la ligereza. Esparta, Atenas, Tebas, lo que es por si, habían acabado: nadie las levantara del desaliento y nulidad a que las guerras civiles y otras causas las habían reducido. Epaminondas fue su último héroe, y aun no lo fue en bien de la Grecia, porque no podía. Puro griego, hijo de aquellos pueblos no podía venir ya ninguno para bien de todos, porque no los uniera en la causa común que ni siquiera se la pudiera hacer reconocer, cuanto más dárseles por jefe. Y hubo de ser un enemigo-amigo, un macedonio, que reunió todas la virtudes necesarias; sagacidad para conocer las cosas y los hombres, astucia y actividad para aprovechar las ocasiones, aun para prepararlas, y magnanimidad y valor para concebir la empresa de que ellos, lo mismo juntos que separados, eran incapaces.
Si Filipo faltó a su palabra alguna vez, faltaron aun más con él los griegos; y si fue duro y no siempre con los vencidos, ¿cuánto no se lo merecieron todos y más los atenienses con sus intrigas y su insolencia? ¿Cuándo cualquiera de ellos en la victoria no fueron más crueles y feroces, más inhumanos y vengativos? Los rasgos de generosidad, de moderación y de clemencia no los cuentan, y en verdad que no son pocos ni de fácil ejemplo en príncipes que se hallaron en su caso; ni vengó jamás las injurias que se hicieron a su persona, aun en presencia. En una embajada de Atenas iba con otros un orador muy descarado llamado Demócares, sobrino de Demóstenes; y después de oírlos Filipo con la benignidad que acostumbraba y de contestarles, añadió: ahora ved qué es lo que puedo hacer que sea grato a los atenienses; y respondió Demócares: ¿Qué? ahorcarte. Irritáronse todos los presentes a tan brutal desacato, lo mismo atenienses que
macedonios; pero Filipo los calmó, y dirigiéndose a los otros de la embajada les dijo muy templado: “Vosotros tendréis a bien declarar de mi parte a los atenienses, que son mucho más soberbios los que tales injurias saben decir, que los que las sufren impunemente.” Eliano (después de Plutarco) dice en una parte que se ensoberbeció con la victoria de Queronea, y en otra, que no solo no se desvaneció, sino que mandó a un oficial de palacio le entrase a decir todas las mañanas: Filipo, acuérdate que eres hombre. ¿Pudiera hacer más un Sócrates? Con mucha clemencia, sí, con mucha clemencia usó de aquella victoria; y lejos de vengarse de los intrigantes y falsos atenienses, todavía los convidó con la paz y su amistad cuando podía tan fácilmente destruirlos con su ciudad y vano orgullo. Y cierto que no le contuvo lo que dice Demóstenes (después de nueve años de pasado aquello) de la turbación con que se metieron en la ciudad los que solían estar en sus quintas, ni la tardía reparación de los muros; sino el haber conseguido romper y destruir del todo la contradicción de aquel pueblo en sus planes contra los bárbaros, pensando solo en hacerse nombrar generalísimo para la empresa. Ni es de creer que el honrado Isócrates, el verdaderamente patriota Isócrates se hubiese quitado la vida a saber que ningún castigo había de ejecutar contra su querida Atenas, contra aquella patria tan amada.
Muere Filipo, hereda Alejandro el reino y sus proyectos; y habiéndole declarado la guerra los tebanos, los atenienses y los corintios despreciando su juventud y sabiéndole ocupado en otras guerras difíciles, y reunidas ya casi las fuerzas de todos, solo de verle venir con su ejército sobre la Grecia se llenaron de terror los segundos y los terceros (¡qué héroes!) y se retrajeron: él marcha contra los tebanos, los vence, destruye su ciudad y los aniquila: pero castigada Tebas ¿qué hizo? Dejar libres a los griegos si lo hubieran sabido o podido ser, y ejecutar el pensamiento de su padre pasando al Asia en nombre de todos ellos, incapaces por sí (como he dicho) de empresa ninguna, y hasta de libertad e independencia. Pueblos viciosos, pueblos corrompidos no hablen de libertad, no pueden ser libres.
La corrupción venía de atrás, pero había llegado a su extremo. Venía desde Pericles, que para ganar al pueblo contra el poder y autoridad de Cimon, procuró corromperlo con dádivas y adulaciones, criándolo a la ociosidad y aficionándolo a fiestas y espectáculos. Y los demagogos supieron aprovechar esta disposición, la aumentaron, especulaban con ella, era un juro libre, pero cierto, y una fuente, una mina inagotable y prevenida para ellos de honores y riqueza.
Sin embargo, y a pesar de todo solemos oír (por volver a nuestros oradores): nada más ilustre y digno que Demóstenes; nada más vil y despreciable que Esquines, siendo siempre la ocasión quien habla; o la vanidad y el engreimiento de declamar y repetir: el tirano Filipo... el traidor Esquines... el patriota Demóstenes; de quien hacen un mártir de la libertad de la Grecia!... Y con esto, y con citar y copiar algún trozo o lugar traducido de cualquier otra lengua menos de la suya, cada año ve la juventud nuevos libros que todos dicen lo mismo, y continúa el engaño de unos y otros, y con él un error muy perjudicial a estos estudios y menos al de la historia. a estos estudios, porque hacen despreciar autores ú obras que valen mucho; y al de la historia, porque no dejan conocer las verdaderas causas de tan grandes hechos y acontecimientos políticos.

No quisiera despedirme de esta época sin notar al menos que en ella florecieron las artes de la pintura y escultura llegando al último punto de perfección en manos de los Zeuxis, Parrasios, Timantes, Polígnotos, Protógenes, Apeles: Polícletos, Mirones, Fidias, Lísipos, Praxíteles, Escopas. Y lo mismo sucedió en la arquitectura siendo Fidias (que también era arquitecto) el que dirigió los magníficos edificios con que Pericles adornó a Atenas.
Y la música ¿por qué la omitiríamos? también fue muy usada de los griegos y también llegó a la suma perfección por los efectos que leemos hacia. Nada cantaban pública o privadamente, nada recitaban (en verso por lo menos) sin acompañamiento o sin algún tono músico más o menos modulado o notado. Tenían tres modos principales: el dório, heroico, grave, lírico-sério, que es el que más usaba Píndaro; el frigio, religioso; el lidio, afectuoso y tierno, que lo condena Platón por afeminado. Algunos añaden el jónico y el eólico.
La medicina por Hipócrates, de Cos, nacido ol. 80, fue fundada para siempre en observaciones fijas, constantes y tan profundas como las que encontramos en sus obras.
Pero ya mucho antes eran celebradas las escuelas médicas de Crotona y de Cirene, pasando los médicos crotoniatas por los primeros en estimación de sabios y los cireneos por los segundos, quedando los egipcios en lugar inferior a estos, sobre todo desde el famoso Demócedes (crotoniata) médico al fin (después de muchas aventuras) de Darío Histaspes que antes los tenía egipcios.