lunes, 26 de abril de 2021

XII. Observaciones.

XII.

Observaciones.

La historia de la literatura griega empieza en la epopeya; pero es porque se perdieron los Cantos que debieron preceder a obra tan grande; los cantos, las Canciones en que prorumpen los sentimientos del corazón humano, primero voces y frases espontáneas, después observadas, repetidas y compuestas. La misma perfección de la epopeya en Homero arguye un progreso cuyos grados ignoramos, a no admitir la de Orfeo cuando menos: lo que forma una semiprueba de su existencia, o de otro que hizo lo que a él solemos atribuir en este género.
Mas nada parecerá difícil (después de lo que se dijo al tratar de la antigüedad de Homero), si se atiende a que la epopeya es hija de la poesía lírica; que es esta misma poesía meditada y engrandecida en su material extensión, y acomodada en el tono y forma a una historia de muchos hechos parciales y con muchos actores, con un solo argumento o hecho general, y con un solo objeto y término. Porque guerras largas y complicadas (compli-cadadas), acontecimientos grandes en que intervenían muchos personajes o naciones, y pedían himnos muy largos, de mucho tiempo y cuidado en su composición, y sobre todo muy varios, de un plan más vasto y de un aliento largo y muy poderoso; y ya de aquí es natural e imediata la idea de la epopeya, obra ya lírica en pocas partes, dramática en muchas, y épico-histórica o sea narrativa (y descriptiva) en la exposición general de los hechos. Nótese también que los himnos antiguos todos son heroicos, todos están en exámetros, que hay algunos de más de 500 versos; que se compusieran o no de una vez, no pueden dejar de estar en la idea tradicional y común de este género. De aquí pues ¿qué faltaba para pasar a la epopeya? Lo que hemos dicho.
La perfección de la poesía dramática fue progresión natural desde su origen, como vimos: pero tardando la comedia un largo siglo más que la tragedia a tener su verdadera forma, por la dificultad (creo yo) de determinar los asuntos, de darles cuerpo y decoro; y también sin duda porque las insolencias y locuras a que se reducía su parte, no podían llamar ni convidar a los buenos ingenios. Por eso fue menester que la viese donde nadie la veía y la hallase donde nadie la encontrara, un sabio distinguido, un gran filósofo, como era Epicarmo, de quien Platón, según D. Laercio, tomó mucho en sus libros.
La elocuencia nadó en la plaza pública por necesidad de aquellas costumbres, que no fueron exclusivas de aquel pueblo y de aquellos tiempos, viéndolas en nuestros concejos aun en las más pequeñas aldeas casi hasta nuestros días, basta que la autoridad real por Felipe V lo dominó todo, lo absorbió todo, y nada dejó poco a poco a los pueblos.

No tenemos ningún monumento de la elocuencia política de los primeros tiempos de Atenas, por no usarse el recoger los discursos, ni aun el escribirlos; pero muy brillante y poderosa debió ser en los Pisístratos, Temístocles y Pericles a juzgar por los efectos.
Las dos muestras que de la de Pericles nos trae Tucídides, saben mucho al gusto del historiador fuera del sentido. Por esa elocuencia me parece que no hubiera dicho Aristófanes que fulguraba, que tronaba y confundía y turbaba la Grecia; ni Eupolis, que la persuasión se sentaba en sus labios. El pueblo no lo hubiera entendido.
Una cosa empero me ha maravillado mucho en aquellos oradores; y es que según nos dice Esquines reprendiendo a Timarco de inmodesto y petulante, no sacaban las manos fuera de la ropa, quedando su acción reducida al gesto del rostro y al movimiento de la cabeza y del cuerpo. ¿Y esto podía ser elocuente? Después ya fue más animada y más enérgica o expresiva la acción, aunque no tanto como la de algunos de los nuestros que parecen energúmenos.
Atenas en la Grecia propia, varias ciudades casi todas marítimas del Asia menor, la Isla de Lesbos, Siracusa y otras ciudades de Sicilia, desde que Hieron llamó a su corte a Píndaro, Simónides y a otros poetas y sabios; y Alejandría en Egipto desde los primeros Tolomeos, son los países que más hombres dieron a las letras y a las ciencias. Después no los han dado ya, y el cielo es el mismo. ¿Será muy difícil adivinar las causas?
Por último no puedo menos de advertir que en los griegos el arte, aunque perfecto, está disimulado generalmente: sus obras saben menos a la escuela que las de los latinos y las nuestras, sin que por eso falte ninguna regla. Y de aquí el engaño de algunos de conceder a los latinos y a los modernos más conocimiento del arte. Lo que tienen es más alarde de su estudio, más artificio conocido, más gramatiquismo, presentando, si no desnudo, en trasparencia, el esqueleto de sus composiciones. Y el ver tan advertidas y manifiestas las reglas suele gustar a lectores ú oyentes codiciosillos del artificio retórico o poético.
He dicho generalmente, porque también hay entre ellos quien gusta de ostentar su inteligencia en el arte, como lo notamos de Isócrates.
Se ha dicho que la literatura latina (y por ella deberán serlo también las nuestras) es un reflejo, o una imitación de la Escuela alejandrina; y es observación que se puede probar fácilmente.
Nota. Volfio hace subir a 1200 las obras que se han conservado de los griegos, y a 400 las de los latinos. Y todos están conformes en que de aquellos no tenemos una pequeña décima parte; habiendo quien asegura, que ni una centésima.

La biblioteca de Alejandría fue quemada por los árabes: la de Constantinopla padeció dos incendios generales, uno por los turcos al tomar la ciudad, y otro en tiempo del emperador Zenon, el cual fue tan horroroso, que más de la mitad de la ciudad quedó reducida a escombros, y ardieron y fueron cenizas 120.000 volúmenes, entre cuyas obras se hallaban los dos poemas de Homero, escritos con letras de oro (dicen) en la piel o intestino de un Dragón. No sé qué animal sería.
Mas de todas las obras que se han perdido de los griegos yo creo que las que más podemos sentir son las de los poetas líricos y de los cómicos de la nueva edad.

XI. Griego moderno.

XI.

Griego moderno.


La invasión de los turcos en el Asia menor a fines del siglo XIII y la comunicación con los latinos (cristianos de occidente) desde las Cruzadas y aun antes, fue alterando la lengua griega que ya apenas conservaba su carácter legitimo en el uso del pueblo desde la traslación del imperio, necesitándose algún estudio y cuidado para escribirla con pureza.
Al declinar la época alejandrina se formó poco a poco un nuevo dialecto general que se parecía al ático más que a otro, introducida y extendida por la dominación macedónica la lengua griega en los pueblos que antes no la hablaban o era muy rudamente; y este dialecto es el que vemos en los libros del Nuevo Testamento. Es griego, y griego verdadero, sí, pero el vulgar y sin elegancia ninguna. Todavía en San Juan Damasceno y otros posteriores se traslada al lector a mejores tiempos, fuera de lo que el mitismo cristiano hubo de introducir en el uso y significado de algunas voces. Y es que toda persona de alguna educación literaria o de nacimiento distinguido hablaba mejor, hablaba la pura lengua antigua. Como entre nosotros, que las gentes de letras y bien educadas en este punto hablan mejor y de otro modo que el pueblo.
Es falso lo que se ha dicho, que del griego moderno al del N. Testamento hay menos distancia que de este al de Homero o de Demóstenes; porque el griego moderno es otra lengua con gramática diferente y diccionario nuevo o propio; y el de aquellos libros, como he dicho, es griego verdadero; es la misma estofa, un poco ajada y menos fina. Para entenderlo basta saber el griego: para entender el griego moderno es menester estudiar y saber otra lengua.

Corrompido pues así el griego antiguo poco a poco, y al fin del todo, usan los griegos modernos una lengua que viene a ser a aquella lo que sería a la latina una tercera que reuniese lo que la italiana y la española tienen de ella como sus hijas. ¿Sería esta tercera lengua la de Cicerón y Virgilio? no. Tendría muchas terminaciones suyas en nombres y verbos, no todas: mucha parte de su sintaxis; no toda: una parte de su índole, pero no toda ni la misma: partículas y voces nuevas, aun extrañas; y este es el griego moderno.
Para la iglesia y devociones religiosas usan muchas oraciones tomadas de San Basilio, San J. Crisóstomo y otros padres antiguos; las explicaciones y advertencias, y aun las oraciones más usuales, están en griego moderno.
Los curiosos pueden ver entre otros libros el Paralelismo sinóptico de las lenguas griega y helénica (esta la antigua, aquella la moderna) publicado en París (1820) por M. Julio Dabid; y la Gramática del griego moderno publicada en la misma ciudad (1829) por M. Miguel Schinas.

https://archive.org/details/apuntesparaunah00burggoog

PRONUNCIACIÓN. Lo que yo no puedo aprobar es que los griegos modernos allá en su tierra y algunos helenistas acá en estas naciones pasen la pronunciación bárbara (bárbara, sí) del griego moderno al antiguo. Y en fin si ellos lo quieren hacer para asemejar su lengua a aquella, no entiendo porque han de seguirlos tantos de los nuestros, contra lo que dice Platón en el Cratilo, y se infiere de Eurípides en las Bacantes, de Aristófanes y Luciano, y contra toda razón y ley de analogía, convirtiendo la lengua más hermosa y grave que han hablado los hombres en una lengua burlesca y como de saltimbanquis y mascarillas, y suponiendo que la palabra diftongo (doble sonido) se inventó para significar lo que no era, como en la lengua francesa, que es para la ortografía y la vista y no para el sonido. Todas las pruebas que en contrario suelen dar son o falsas o vanas: las citas de oráculos y otras de los antiguos, o vanas que se explican muy bien, o falsas y de ninguna autoridad. Pero ha querido ser moda, y esta palabra puede mucho con algunos. Al que le parezca otra cosa, puede tomar la pluma y decir lo que se le ofrezca; prometo leerlo con gusto y contestar defendiendo y probando lo que afirmo.

X. Últimos griegos.

X.

Últimos griegos.


No he dudado consagrarles un breve capítulo en esta historia porque me parece cuando pienso en ellos, que los veo huir como los genios de las letras, de aquella ciudad y antiguo destruido reino, perseguidos por la barbarie y el fanatismo que entran a dominarla. Ellos nos trajeron lo poco bueno que allá quedaba, y nos recordaron unos estudios tan olvidados en occidente y nos abrieron la puerta, y guiaron con su enseñanza. Moscópulo, cretense, (1390) autor de algunas obras de gramática.
Crisóloras (Manuel) constantinop., maestro de griego en varias ciudades de Italia hasta su muerte en 1415, siendo a quien más deben las letras griegas en occidente.
Teodoro Gaza, tesalonicense, nos tradujo a Dion de Halicarnaso, a Teofrasto, y algunas cosas de Aristóteles y otros.
Jorge Trapezuntio. 1480.
Besarion, trapezuntio, muerto en 1472, cardenal, traductor de los Memorables de Jenofonte, y el que halló el poema de Quinto en un convento de la Calabria.
Moscópulo, bizantino, gramático también, como el primero, comentador de Homero, como se dijo.
Juan Argirópulo, maestro de Angelo Policiano, que si por el discípulo hubiéramos de juzgarle debió ser el más docto y de más gusto de todos ellos.
Ninguna traducción latina del griego hay tan elegante como la de Herodiano por Policiano. Sí alguna rara vez se aparta del texto, fue descuido o vicio de la edición que seguía.
Calcóndilas (Leónico) ateniense (1470) autor de una historia de los turcos.
Constantino Láscaris, (1470) gramático y escritor; maestro de Budeo en París.
Jorge Frantzes, constantinop. monje en Corfú, cronista de Bizancio (1477).
Calcóndilas (Demetrio), ateniense, editor de Homero en Florencia (1497): de Isócrates en Milán: de Suidas, ib. (1491); y autor de una gram. griega.