III.
Épocas de la
literatura griega.
Orfeo.
Algunos la dividen en seis:
religiosa, homérica, clásica, alejandrina, greco-romana y
bizantina. Yo creo que las dos primeras se pueden reducir a una con
el nombre de heróica, ya por el tiempo o siglos que
comprende, ya por las obras que nos han llegado.
¿Qué poetas
sinó cuenta la que llaman religiosa? Anfion, Lino, Orfeo y Museo;
más de ninguno de ellos se conserva nada si no es de Orfeo lo que
lleva su nombre. Aristófanes en las Ranas celebra por boca de
Esquilo a los poetas antiguos como maestros de la virtud,
diciendo contra Eurípides que según él solo enseñaba
bellaquerías con los ejemplos de sus héroes y heroínas: “Mira
como desde un principio los poetas más nobles han procurado ser
útiles: Orfeo nos enseñó las ceremonias del culto y a abstenernos
de sangre. (Que es lo que dice Horacio): Museo las curaciones de las
enfermedades y los oráculos, &c.,” de modo que aun
distinguiendo esta época, no fue toda religiosa, conviniendole
quizá más y como por excelencia el título de moral o civilizadora;
lo que no consistía todo en prácticas religiosas ni en aprender y
enseñar misterios de gestos y ceremonias de creencias oscuras en las
iniciaciones. Y en fin también es heroico el poema de la Argonáutica
atribuido a Orfeo y dedicado a su amigo y discípulo Museo.
Lo
que en su nombre tenemos es ese poema (de 1284 versos), y varios
himnos, con un tratado (en verso) de la virtud medicinal de las
piedras preciosas. En este al menos nada hay suyo, ni en los himnos
quizá fuera de su forma primitiva. En la Argonáutica podrá haber
algo, podrá haber mucho, aunque se diga compilado por Onomácrito,
que acaso no fue más que un editor curioso, quizá un
reformador, un refundidor, como hombre muy aficionado a estas
antigüedades, contándonos Heródoto que habiéndolo
sorprendido Hípias (el hijo de Pisístrato)
adulterando los oráculos de Museo para acomodar algunos al estado
presente de las cosas públicas, iba a pasarlo mal, y huyó y se fue
a los persas, reconciliándose después con el tirano cuando él tuvo
que hacer lo mismo. La poesía de la Argonautica tiene
facilidad y elegancia, pero una facilidad y elegancia antiguas: es
decir, con alguna aspereza y vejez de cuando en cuando que después
ya no se encuentra en
ningún poeta.
Pero ¿ha existido
Orfeo? Aristóteles (según Cic. De N. Deor.) decía que no, y
que las obras que se le atribuyen son del pitagórico Cércope;
y Pausanias dice que según otros compuso Pitágoras no
sé qué poema y lo publicó con el nombre de Orfeo. Mas apesar
de esas voces nadie lo creyó así en la antigüedad, ni el mismo
Ciceron por lo que le cita más adelante. Entre los modernos
hay quien no cree que haya existido, o lo dicen al menos; aunque les
ocurra la dificultad de explicar algunos hechos casi históricos y
probados, como dogmas y misterios traídos de Egipto e introducidos
por él en la Grecia, y otros de que hablan los antiguos. Y hubo de
haber por fuerza un hombre muy sabio, de mucho respeto y crédito,
que los concibiese o estableciese, y no se cita otro. ¿No quieren
que se llamase Orfeo? Pero todos le dan este nombre.
Los himnos
son unas meras invocaciones a los dioses para el tiempo de los
sacrificios; unas letanías de atributos arregladas en exámetros,
siendo ochenta y ocho, a casi otras tantas divinidades, y contándose
entre ellas el sueño, la muerte, la luz, las horas, las nubes, &c.
Los dos himnos o fragmentos separados, verdaderamente poéticos y
magníficos, y no fórmulas de sacrificio, en que se habla de Dios
como uno, infinito, eterno, omnipotente, invisible, criador,
los conservaron San Justino mártir, Eusebio y Clemente Alejandrino.
Son de siglos tan antiguos? La poesía no lo desmiente del todo.
En cuanto al dogma de la unidad de Dios todos los filósofos, todos
los sabios lo siguieron, ninguno creyó otra cosa, y se lo decían en
secreto de unos a otros, entre maestros y discípulos, y aun los más
queridos y de más confianza; entre iniciadores e iniciados; siempre
en voz baja y con misterio, siempre a puerta cerrada. También se ve
este mismo dogma, un poco envuelto empero y algo disimulado, en tres
himnos de los otros; en el de Pan, en el de Júpiter y en el de la
Naturaleza, bien que en el sentido panteístico.
Para
fingirlos estos buenos doctores habían de ser tan atrevidos y desvergonzados como grandes poetas: ¿y eran uno ni otro? Con que
antiguos y muy anteriores deben ser a los siglos cristianos, a cuya
doctrina y obra insinúan algunos que pertenecen. Y con admitir que
Orfeo visitó el Egipto y la Fenicia se explicarán otras
dificultades que se querrán oponer a esta opinión tan antigua y
siempre la misma.